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Tortura y anticlericalismo en Georgia

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 20 de diciembre de 2013, 11:48h

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«Prisioneros» («Prisoners», EUA, 2013), el «thriller» del canadiense Denis Villeneuve, plantea varios dilemas, uno de los cuales me ha recordado unas declaraciones del filósofo esloveno Slavoj Zizek:

«Yo estoy en contra de la tortura, pero puedo comprender ciertas situaciones. Pongámonos en el viejo caso de que tengo ante mí a un tipo que sabe dónde está secuestrado mi hijo: no puedo prometer que no le torturaría personalmente hasta que me diera la información. Lo importante es mantener la distinción entre un caso desesperado y la legalización de la tortura» (ver «Si un fármaco puede hacerme más valiente, más lúcido y más generoso, ¿en qué queda la ética?», El País, edición del 25 de marzo de 2006).

 

Precisamente ese es uno de los problemas que nos presenta «Prisioneros» y que además nos permite abordar una cuestión muy controversial, así como la forma en la cual responden los intelectuales de hoy en día ante ella (precisamente el principal interés de esta columna, en la cual solemos criticar la impostura con la cual muchos «líderes de opinión» razonan los dilemas de hoy).

Pero decíamos que el problema de la tortura se aborda en «Prisioneros». La pequeña hija de un ciudadano norteamericano común, Keller Dover (Hugh Jackman) es secuestrada. Cuando la policía libera por falta de pruebas a Alex Jones (Paul Dano), uno de los sospechosos, el padre decide secuestrar a su vez a este, para sacarle la verdad mediante tortura. La película además es la lucha contrarreloj de un policía local, el detective Loki (Jake Gyllenhaal), por resolver el crimen.

Desde ya menciono que esta columna no pretende ser una relativización de la tortura, aunque tampoco queremos caer en juicios como los del mexicano Leonardo García Tsao, quien en su crítica de la cinta califica a Dover como «fascista», como si en lugar de la Norteamérica actual estuviéramos en la Italia de mediados del siglo pasado (ver «Atrapados sin salida», La Jornada, 9 de noviembre de 2013). Por lo demás usar el rótulo «fascista» es una práctica común, sobre todo en países como España, donde se recurre a él con suma irresponsabilidad.

Ahora, García Tsao no toma en cuenta que la decisión de Dover de torturar a Jones, quien además es un hombre adulto con el coeficiente intelectual de un niño de diez años, no es fácil, de ahí que por momentos se cuestione si debe seguir. El fanático no tiene dudas, habría que decirle a García Tsao.

En lo que sin duda tiene razón este comentarista de cine es en la importancia de la religión en la película, aunque no sea por las causas que él supone: la caracterización de Keller como un fanático religioso y fascista y que por lo tanto, al ser «conservador», no tendría problema en torturar: para un hombre de «derecha»sería lógico. Pero al margen de los juicios de García Tsao, la religión es un referente en «Prisioneros». Lo primero que escuchamos es una oración, pronunciada por Keller. El secuestro tiene lugar el Día de Acción de Gracias y uno de los personajes es un cura pedófilo. La explicación final, cuando llega, también está relacionada con dios.

A la profundidad del asunto que se saca a colación hay que agregar la principal virtud de «Prisioneros»: una historia compleja, construida por el guionista Aaron Guzikowski, quien se las arregla para despistar al espectador con una trama en la cual prácticamente todos los detalles son relevantes. O bien, el duelo de actuaciones entre Jackman y Gyllenhaal, con especial relevancia en el caso de este último, quien interpreta a uno de los personajes mejor construidos de su carrera.

El año pasado también se puso sobre la mesa otra representación de la tortura en el cine, con el caso de «La noche más oscura» («Zero Dark Thirty», EUA, 2012), de Kathryn Bigelow, en la cual se mostraba, con lujo de detalle, la tortura de los prisioneros que pudiera conducir a la detención de Osama Bin Laden.

La respuesta (necesariamente parcial) acerca de la tortura y sus consecuencias habría que buscarla en la comparación entre, al menos, las dos manifestaciones que el cine nos ofrece. Hay muchas más, suponemos. En «Prisioneros», lo que ocurre cuando un padre desesperado lastima a un cuerpo para salvar a otro; en «La noche más oscura», la respuesta radical de un gobierno ante sus enemigos, por cierto no menos radicales.

 

Manuel Llanes

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