No, no se trata exactamente de protestar por una medida, ellos lo saben, los agitadores. Se trata de aprovechar un estado de opinión, un enfado general ante algo difuso para crear la chispa, y alimentar la llama que haga saltar todo, después llega la desinformación y el slogan, en este caso, con el nombre de primavera valenciana.
Nada importa ya que el principal motivo de las protestas sea falso, que los instigadores de las acciones no sean ni siquiera estudiantes, o que el movimiento esté dirigido directamente desde el partido Compromis; han conseguido el propósito de apropiarse de la legitimidad que no le dieron las urnas. Tras ellos, y con la máxima de que las revueltas no la ganan nunca los que las inician, está el partido socialista para pescar en río revuelto.
Hay que reconocer que la situación del PSOE es francamente complicada. En el campo parlamentario y en el debate político ha salido muy malparado, y no sólo por su desventaja en diputados, sino por su debilidad argumental ya que ha gobernado hace apenas dos meses, y ha visto como en este tiempo el actual gobierno ha tomado medidas que le achican el terreno político, como es la subida de impuestos, la limitación de sueldos en directivos de banca o la dación en pago.
Es por esto que el partido no puede en estos momentos enfrentarse al gobierno mediante una confrontación de argumentos o propuestas, sino en la calle, y aprovechando un estado de cabreo y frustración general sin aportar nada concreto.
No es casualidad, por tanto, que el líder de los socialistas valencianos acuda a las manifestaciones, y paseen al representante de los alumnos por todo el parlamento regional, por poco presentable que éste sea. Todo vale para ganar una cuota de atención que no han sabido ganar legítimamente.
El problema de esta estrategia es que los compañeros de viaje que utiliza este partido son, en el mejor de los casos, poco democráticos, y existe un claro riesgo de que las protestas acaben volviéndose demasiado agresivas y hagan perder cualquier simpatía que haya generado ante la mayoría de los ciudadanos.
No nos engañemos, aunque la escalada de violencia se frene, los hechos vividos son en sí mismos ya graves; la toma de un espacio público es un acto violento y de agresión, o así debería serlo en un país civilizado, que se deberían prohibir por muy justos que sean los ideales que dicen defender.
Dicho todo esto, no atribuyo a la izquierda una maldad intrínseca, ni una especial inclinación a la destrucción. Pero sí que es cierto que en este sentido existe una legitimidad impostada, procedente de su propia concepción, que hace que el hecho de que gobierne la derecha sea una anomalía a restañar por cualquier cauce, y que ésta no pueda defenderse nunca mediante sus ideas o sus propósitos, sino por su gestión. En esto, tienen tanta culpa unos como otros.
Pablo Muñoz Miranzo
Twitter: @pmmiranzo