Da la sensación de que para cierto sector de la población el espacio público no pertenece a nadie, es una especie de territorio frontera en el que se puede cometer actos incívicos, cuando menos, o directamente vandálicos sin apenas repercusión Ya vendrá si eso “alguien” a arreglarlo/limpiarlo después.
Quien más y quien menos ha paseado por un parque o una plaza los fin de semanas y ha observado el estado en el que queda alguno de estos lugares tras una noche del mal llamado botellón. En la mayoría de los casos se puede rastrear fácilmente los vestigios de la noche anterior en forma de botellas, bolsas, vasos de plástico, restos de comida y ciertos restos orgánicos esparcidos por dicha zona. También se puede ver en seguida que hay papeleras o contenedores a menos de 2 metros de distancia en muchos casos y en el caso de que vieras a algún interfecto con esta actitud y le interpelaras por ella en la inmensa mayoría de las veces nos encontraríamos con una contestación, en el mejor de los casos, del tipo ¿y a ti que te importa?, ¡métete en tus asuntos que esto ni te va ni te viene! o ¡para eso están los barrenderos!. Normalmente iría ha acompañado de algún insulto o palabra soez.
Es sorprendente la falta de conciencia de parte de la población de que el espacio público no es que no sea de nadie sino de que nos pertenece a todos. Por lo tanto, si dicho espacio está echo un asco, por decirlo vulgarmente, también lo está para los que lo perpetraron. Si no fuera por la magnífica labor de los cuerpos de limpieza en muchos lugares viviríamos entre la basura. Al ejemplo típico-tópico del botellón le podemos añadir las deposiciones caninas no recogidas, los pañuelos, colillas y similares que se tiran al suelo, los garabatos en las paredes y demás casos de comportamientos incívicos que todos conocemos. No puede asombrarnos, por tanto, que algunos lumbreras se les ocurra la feliz idea de dejar huella en los monumentos. De estos días pasados tenemos el caso de una tipa que rayó La Alhambra.
Pero no tenemos que irnos muy lejos ni utilizar un monumento tan significativo como La Alhambra para poder tener una experiencia de primera mano de estos casos graves de incivismo e incultura. Con esto quiero decir que es igualmente importante denunciar los casos de sitios emblemáticos como de otros menos conocidos ya que ambos nos pertenecen a todos y tenemos derecho a disfrutarlos en perfectas condiciones. Como acabo de comentar, aquí en Cuenca tenemos algunos ejemplos como el de la Plaza Taiyo del Parque Rústico de Villa Román o Parque de los Príncipes.
La artista japonesa afincada en nuestra ciudad Kekio Mataki diseñó este reloj de sol en el año 2006 y a fecha de principios de 2012 la plaza está bastante deteriorada y varios de sus componentes tienen las teselas del mosaico que forman prácticamente arrancadas. Y esta situación lleva arrastrándose desde hace años y pese a las denuncias publicas que se han hecho desde la administración pública no se ha hecho nada para reconducir esta hecho.
Duele ver como no se tiene consideración de nuestro patrimonio en común, el cual es mucho más que los monumentos o zonas más conocidas/turísticas de la ciudad en la que vivimos. Dicho patrimonio común o espacio público lo componen todas las calles, monumentos, parques y edificios que nos pertenecen y si tenemos derecho a disfrutarlos en optimas condiciones también es nuestro deber cuidarlos y protegerlos en la medida de lo posible, así como denunciar los casos como el de la Plaza Taiyo.
Quizá las consecuencias del botellón en su versión más cruda son más directas y palpables que el deterioro paulatino de un monumento/plaza situado en una zona periférica de la ciudad, un lugar no tan visible o accesible pero igualmente importante. Ambos fenómenos responden para mí a esa falta de consciencia de la responsabilidad que tenemos para con lo que nos pertenece a todos como comunidad y esa responsabilidad también tiene que asumirla las administraciones con el mantenimiento adecuado de dichas zonas comunes.
Cuanta más dejadez existe con el respeto y el mantenimiento de los espacios públicos más se agudiza este contexto de falta de respeto al entorno que nos circunda y más se agudizan los comportamientos incívicos que hemos apuntado más arriba. Y esto hay que ir enseñándoselo e inculcándoselo a los niños desde pequeños para que cuando sean más mayores sepan saber exactamente el valor y la importancia que tienen los espacios públicos en la vida de cada individuo.
Ruth García