Y fue aquella misma tarde cuando, para darnos un chapuzón en la playa linense lo vi. Nunca imaginé que me impresionaría tanto aquella gran roca que despuntaba de las aguas del Mediterráneo. A tan sólo unos metros estaba el Reino Unido, aquel país aún ajeno para mí (visitaría Londres por primera vez tan solo un par de meses después). El pasar del “zezeo” gaditano y el olor a “pescaíto” al fish&chips y la Union Jack en cada esquina es un contraste, como poco, raro.
Nunca he sido prejuicioso hacia la imagen tópica de otros países, y menos aún si la empaña un nacionalismo exacerbado. Respecto a Gibraltar estaba a la espera de conocerlo, para mí el “Gibraltar español” no significaba nada, como mucho esperaba ver chocolate Cadbury y tabaco libre de impuestos.
Pero Gibraltar era mucho más. Tras cruzar la aduana y la pista del aeropuerto, era una pequeña ciudad de paredes blancas que se intercalaban con altos edificios de apartamentos, en la que de vez en cuando desfilaban bandas musicales al más puro estilo británico, y en las que oías frases como “Illo, ¿cómo te ha ido er weekend?”, lo que se conoce como dialecto “llanito”.
Las personas que viven en el Peñón apenas superan los 30.000, sin embargo el número de empresas inscritas lo doblan. Sí, es un paraíso fiscal.
Nosotros cruzamos, si no recuerdo mal, un jueves, es decir, un día laborable. Y cruzamos como meros turistas guiados por Pablo, lo que no sospechábamos ni Salva ni yo era que muchas de las personas que cruzaban con nosotros no lo eran. Son miles los linenses, sanroqueños y algecireños (aunque sobre todo los primeros) que cada día cruzan la frontera en coche, en moto, en bici o simplemente andando. Trabajan en los más diversos trabajos, con sueldos que, en sus municipios, muy difícilmente conseguirían, sobre todo si estamos hablando de municipios en los que actualmente la tasa de paro roza el 40%.
Pero como viejos imperios venidos a menos que son, Reino Unido y el Reino de España siempre encuentran en el asunto de Gibraltar una vía de escape a sus problemas internos. Cuando el gobierno de la Roca de Fabián Picardo decidió lanzar bloques de hormigón a las aguas soberanas gibraltareñas y españolas para evitar que los barcos españoles faenaran, no estaba demostrando otra cosa que un cinismo que parecía haber disminuido en época de su predecesor, el socialdemócrata Peter Caruana. El pescado que obtienen esos barcos son los mismos que cientos de gibraltareños comen cuando cruzan la frontera para comer en los restaurantes españoles, incluido el propio Picardo.
A semejante provocación, un Gobierno conservador cuya política exterior está caracterizándose por poco menos que volver al imperio donde nunca se pone el Sol como es el de España, en una maniobra de cortina de humo sin precedentes, no ha visto otra salida que el severo control de la Verja provocando colas de hasta tres horas para entrar. Pero esto no es todo, desde el Palacio de Santa Cruz (sede del Mº de Asuntos Exteriores y Cooperación) estudian imponer una tasa de 50 € por entrar/salir del Peñón, lo que entraría dentro de la legalidad porque Gibraltar no forma parte del Espacio Schengen aunque Reino Unido sí, por tanto el derecho de libre circulación no es aplicable. El colmo del patriotismo rancio y de la demagogia ha sido cuando el titular de Exteriores, José Manuel García Margallo, ha anunciado que el dinero recaudado por esa posible tasa (que no afectaría a trabajadores españoles) iría destinado a los pescadores afectados por los bloques lanzados al mar.
Sin embargo, Londres y la Administración Cameron, que no se quedan atrás en patriotismo de té a las 5:00 a.m. y God save the Queen, han decidido sacar aún más músculo en un “a ver quién la tiene más grande” enviando numerosos efectivos de su afamada armada a realizar “maniobras rutinarias” en las cercanías del Estrecho.
Por último, y como guinda de este carrot cake o milhoja diplomatica (según desde el país que se mire), tenemos a los diarios conservadores y amarillistas de ambos países avivando más aún la llama del conflicto. Dicen que Randolph Herst consiguió con sus diarios provocar la Guerra de Cuba en 1898, en el S.XXI tenemos a diarios como The Sun, The Daily Telegraph o en España ABC, La Razón y La Gaceta, haciendo el mismo papel.
Madrid, Londres, el Foreign Office, el Palacio de Santa Cruz, Rajoy, Cameron,… y al final, ¿quién se acuerda de esos trabajadores que cruzan cada mañana esa pista del aeropuerto gibraltareño? ¿Quién se acuerda de esas familias que intentan salir adelante en una Andalucía con una dramática tasa de paro del 30%? Pues se acuerdan los “traidores a España”. La única persona que está demostrando un poco de cordura en todo esto es la alcaldesa socialista de La Línea, Gemma Araujo, que en todo momento ha estado preocupada por sus ciudadanos y no por las peleas de gatos diplomáticas.
En el lado opuesto se encuentra el alcalde de Algeciras, José Ignacio Landaluce, del PP con mayoría absoluta, que se ha manifestado “rotundamente partidario del Gobierno de España”. No fue así cuando en dicho Gobierno estaban José Luis Rodríguez Zapatero y un gran ministro de Exteriores dialogante y conciliador como era Miguel Ángel Moratinos, que fundó el Foro Tripartito Madrid-Gibraltar-Londres.
Araujo gobierna en coalición con Izquierda Unida y el Partido Andalucista, y puede que una situación así la arrastre y acabe con su Gobierno Municipal.
Siempre en los países que han sido viejos imperios los que han mirado por los más débiles hemos sido “traidores a la patria”. En España pasó en 1936 y parece ser que ahora también. Al menos, esta vez, no habrá fusilamientos… Es un avance, ¿no?
Jorge Osma