Todos aquellos que tenemos un pueblo, poseemos un tesoro aunque no sepamos apreciarlo. Las grandes ciudades siempre son el foco de atención en las que orbita el centro político y económico del país, sin embargo es el mundo rural de donde parte la esencia de todo. Sin el campo y sus actividades esenciales, no podrían existir las grandes poblaciones, como solían decir mis abuelos. En ocasiones, se suele calificar a los pueblos del interior como la “España profunda”. Esto no tiene que significar un tono peyorativo para aquellos que lo utilizan, sino la reivindicación de las costumbres y valores de las gentes humildes, que muchos urbanitas a veces tendemos a olvidar.
Hace pocos días, tuve el privilegio de asistir al III evento literario de “Mi pueblo lee” en la localidad de Santa María del Campo Rus (Cuenca). He de reconocer que hacía mucho tiempo que no paseaba por sus calles ni visitaba a sus gentes. No obstante, en esta ocasión, pude reconectar con mis orígenes más remotos, aquellos que me traían de vuelta a una etapa de mi vida en la que uno era feliz simplemente con la entrañable visita de sus seres más queridos, en este caso los abuelos. Cuantas enseñanzas nos habrán podido transmitir sin pedir nada a cambio y cuan valiosas son en un mundo cada vez más informatizado donde todo parece formar parte de una realidad virtual.
Irremediablemente, las antiguas generaciones nos van dejando con el paso inexorable del tiempo. Pero, a cambio, nos han dejado un importante legado que no debemos perder. Ese sentimiento es precisamente el que quise transmitir cuando me tocó presentar mi libro en el evento antes citado junto a otro joven autor como yo. En una de las intervenciones, volví a recordar viejas anécdotas que nos solían contar a mis hermanos y a mí cuando éramos más jóvenes. Mi abuelo en particular siempre se reprochaba a sí mismo el hecho de no haber podido estudiar lo que a él le hubiese gustado. Sin embargo, a él, al igual que a muchos otros de su tiempo, le tocó vivir épocas muy duras que a los jóvenes de hoy en día nos parecen lejanas y ajenas.
En estos tiempos que corren, concedemos excesiva importancia el poseer títulos y condecoraciones de todo tipo. Aunque esto nos pueda parecer muy útil en la vida académica y laboral de cada uno, la experiencia y la sabiduría populares de nuestros mayores son igualmente válidas y todavía más si cabe en un mundo en constante cambio y sin un aparente rumbo fijo. Tengo que agradecer de forma muy sincera a aquellas personas que me han permitido participar en este pequeño pero emotivo encuentro con los vecinos de Santa María, muy especialmente a Jesús Patiño, con quien me puse en contacto y quien me concedió esta oportunidad. Y también a todos aquellos, que a lo largo de mi vida, me han acompañado para ser una mejor persona.
Hasta la próxima cita.
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