Jesús ya no está entre nosotros, ya ha dado su vida. Si esta tarde Cuenca representaba esos últimos momentos de Jesús en la cruz, la noche de este Viernes Santo ha sido ese momento duro de tener que despedirle, de tener que darle sepultura.
Pasadas las 9 de la noche las puertas de la Catedral se abrían para poner en la calle un cortejo fúnebre y al que una multitud de conquenses quisieron acudir para presentar sus respetos antes las tres tallas del cortejo procesional volviendo a repetirse por enésima vez es imagen de la Plaza Mayor a rebosar.
Mucha gente y, al mismo tiempo, también un silencio sepulcral para admirar en silencio y llevar por dentro la pena por la muerte de Nuestro Señor.
En primer lugar, salía desde la Seo conquense los estandartes y guiones de todas las hermandades de la Semana Santa de la capital, mostrando su acompañamiento en un momento de dolor.
Después hacía su salida a las calles de la ciudad la talla de la Cruz Desnuda, una imagen que perfectamente representa la soledad el monte Calvario y que se veía como un preludio de lo que venía después. Su silencio sólo se rompía por el silencio de las horquillas.
Seguía el yacente que con tanto ingenio creó Marco Pérez. Esa imagen perfecta del dolor, del sufrimiento, del cuerpo sin vida con una anatomía perfecta y que, tras romperse el silencio por el himno nacional al salir la talla en hombros de sus banceros, volvía a respetarse ese luto interno que cada conquense llevaba. No faltaron las manolas acompañando a la imagen. Peineta y mantilla mediante, y con un semblate serio.
Por último, ahí estaba ella, nuestra Madre en soledad, frente a la Cruz desnuda, en esa desgarradora talla esculpida por María Alonso y en la que traslada a la madera de una forma brillante el dolor de una madre al quedarse sin su hijo.
Con las tres tallas ya en la calle, comenzó un desfile hacia el Salvador en donde no había tanto público como días anteriores, pero el respeto y el silencio hacia el momento que está en la calle quedaba más que patente: silencio, silencio y más silencio.
Un silencio que contrasta a cómo empezaba este Viernes Santo: desde el rugir de los tambores y clarines en la madrugada conquense con ese Camino del Calvario hasta el silencio más sepulcral que ya En el Calvario de esta tarde comenzaba a llenar las calles de la ciudad.
Y así siguió y acabo esta pompa fúnebre: silencio en la salida, silencio en su bajada del Casco, y silencio en ese momento íntimo que otorga la calle de los Tintes a este desfile, sólo roto por esas exquisitas interpretaciones de la banda municipal de música y el rumor del Huécar.
Dejado atrás este sonido, El Salvador hizo las veces de Sepulcro, dando encierro a las tres imágenes de la última procesión de este viernes santo de 2022 que sin duda alguna pasará a los libros de historia.