Este extraño verano ha muerto José Luis Soriano Jover y deseamos
expresarle aquí nuestro respeto y agradecimiento.
Fue profesor de Matemáticas en el Colegio El Pilar de Madrid, en el Instituto Alfonso VIII de Cuenca, y en la Escuela de Magisterio de Cuenca, que perteneció a la Universidad Autónoma de Madrid, se integró en la Universidad de Castilla–La Mancha, y se convirtió finalmente en la Facultad de Educación, donde desarrolló la mayor parte de su labor docente.
Profesor vocacional, fue muy consciente de su responsabilidad en la función social como formador de maestros, a la que otorgaba la máxima importancia en el sistema educativo. Remarcó de forma apasionada la belleza de la palabra “maestro” y procuró la relevancia académica y social de esta figura. Sin duda, este fue su gran objetivo vital, en el que empeñó su dedicación: la formación de buenos maestros, capaces de adquirir una formación sólida, transmitir el conocimiento con rigor, cultivar valores éticos y sociales, a la vez que el entusiasmo por las Matemáticas. En buena medida, asumir la propuesta de Einstein: si logramos excitar la curiosidad y el deseo de aprender, lo demás lo hará el estudiante por sí mismo.
Encontraba Matemáticas por todos lados, muy en consonancia con la visión de Galileo (“el universo está escrito en lenguaje matemático”), y allá donde iba, con él viajaban sus conceptos y herramientas matemáticas. En sus últimos años profesionales fotografiaba todo lo que, a su entender, tenía relación, por nimia que fuera, con el mundo mágico de las Matemáticas. Huelga decir que el resultado era que fotografiaba casi todo, formando así magníficas colecciones de fotografías de temática matemática (series numéricas, frisos, simetrías, teselados, otras formas geométricas, etc.). Esta última ocupación suya ponía muy de relieve lo que de Don Quijote le gustaba traer a colación: “El caballero andante [...] ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidades de ellas”.
Su gran dedicación al estudio y su exigencia profesional no le impidieron vivir intensamente. Disfrutó de su familia, a la que otorgaba una importancia capital; de los paseos por el campo; de recoger setas en otoño; del tenis; de la afición por el fútbol; del golf; de una buena conversación con unas cervezas; de la lectura; de los viajes; de recorrer las ciudades que