Lector habitual de la prensa conquense, me he sentido en cierto modo aludido por las palabras del portavoz del Grupo Socialista en la Diputación de Cuenca, Joaquín González Mena quien, recurriendo a un latiguillo ya clásico, ha vuelto a acusar a Benjamín Prieto de olvidarse de las personas para volcarse en las piedras. La repetitiva invectiva venía acompañada de un factor agravante: las piedras que ahora se pretenden restaurar son de propiedades privadas, y la concesión de las subvenciones se habría hecho “a dedo”. Denunciante de tan deíctica conducta, González ha señalado a dos proyectos anunciados para el próximo año, los de consolidación de los castillos de Puebla de Almenara y Saelices, dándose la circunstancia, he aquí lo que me concierne en el terreno profesional, de que en el caso de este último formo parte del equipo de arquitectos contratados por la propiedad de dicho inmueble. Ocurre, sin embargo, que el Castillo de Luján, que así se conoció históricamente, tiene la catalogación de Bien de Interés Cultural, distinción máxima que el Estado, obligado a velar por el patrimonio de todos los españoles. En definitiva, el Castillo de Saelices comparte categoría, en cuanto a su protección se refiere, con otras muestras de la arquitectura militar conquense. Tal es el caso del Castillo de Belmonte, privadísima posesión de la muy aristocrática Casa de Alba a la cual destinó el PSOE millonarias cantidades de euros que han servido para que la fortaleza sea hoy un importante foco de interés turístico, revitalizando parte de nuestra cada vez más despoblada provincia.
Es precisamente frente a tan complejo problema, el de la despoblación, donde entendemos que el plan que está llevando a cabo la Diputación muestra su principal virtud: su efecto a largo plazo, la potencialidad aparejada a la recuperación de nuestro pasado. Teniendo en cuenta ese factor, que en absoluto puede ser capitalizado por Prieto, pues las obras desbordarán temporalmente sus mandatos, la restauración de estos conjuntos arquitectónicos dista mucho de ser una pura ocurrencia o un intento de establecer una red clientelar, de las que el partido del puño y la rosa tanto sabe. No en vano, estas rehabilitaciones van acompañadas de un galicismo, la “puesta en valor”, que indica, entre otras cosas, una intención de rentabilidad en el tiempo, y es la dimensión temporal, opuesta al habitual cortoplacismo partidista, la que constituye el mayor atractivo de unas actuaciones que dejan huella en el paisaje y en la economía vinculada, por la vía de un turismo que se dice de muchas formas, al mismo. Tal circunstancia debiera ser tenida muy en cuenta a la hora de criticar las iniciativas mentadas, pues como se empieza a observar, el Plamit, que no por casualidad obtuvo una Mención Especial en el Premio Unión Europea de Patrimonio Cultura, ha dejado sobre la provincia una serie de hitos que comienzan a repercutir sobre la tierra sobre la que se han asentado durante siglos, pues no en vano, hablamos de in-muebles.
A la luz de estos hechos, y teniendo en cuenta las socialdemócratas contradicciones apuntadas, sólo cabe entender las palabras de González dentro de la lucha puramente partidista, cainita en muchas ocasiones, oportunista siempre, que se libra en la arena política; y no parece aventurado suponer que si alguna de esas construcciones perdieran su fortaleza, el dedo del portavoz volvería a adquirir idéntica rigidez, esta vez para cambiar el sentido acusatorio.
Iván Vélez