Los tertulianos de la mayoría de los programas de televisión, así como los propios programas de los que chupan, me dan cada vez más asco. Quizá tanto como pena antes me daban. Sobre todo aquellos donde cualquier fulano puede alzar la voz, literalmente, mientras su tono sea proporcional a los cachos de carne que enseñe o a los retazos de su vida privada que venda. Siempre, claro está, bajo una máxima compartida: el que respete el turno o la opinión del compañero, que no vuelva mañana. ¿Educados en plató?, ¡qué poca vergüenza!
No obstante, y esto tampoco es novedoso, la tertulia más o menos enjundiosa también vende, y las cadenas saben dónde pinchar para seguir parasitando al espectador, cada vez más infoxicado con anuncios a todo volumen pero también con ganas de verse representado en la pequeña -pero todavía poderosa- pantalla.
De ahí que algunos de estos programas seudointelectualistas hayan tenido a bien fichar a profesionales que nos ayuden a comprender los entresijos de la crisis: economistas, verbigracia, la gran mayoría. Así, a los ya conocidos periodistas y los no menos trasnochados gerifaltes políticos debemos añadir esos entendidos de los números que, tiza en mano y pedanteando ante la pizarra, descubren al populacho los porqués de la debacle financiera con suma precisión. A cojón visto: macho, para que nos entendamos usando palabrejas de la caja tonta.
A ellos, y también por dar un cierto colorido al debate, suelen sumarse escritores, sociólogos, filósofos, psicólogos… ¡e incluso actores! (curiosa falacia ad auctoritatem, como ya ocurría en la relación de Coronado con ciertos yogures y otros cientos de ejemplos entre los que no puedo evitar destacar la preferencia de Punset por el pan de molde). Todo un elenco de profesionales donde el maestro, docente o profesor es considerado una rara avis, cuando no un apestado. ¿A quién le interesa lo que opine un patético maestrillo o educador de tres al cuarto? Ya puestos, ¿podría usted, estimado lector, citar el nombre de un educador actual que sea famoso?
Si ante la última pregunta ha tenido a bien recordar a José Antonio Marina o a Mario Alonso Puig quizá sea conveniente, tras felicitarle por ello pues es un significativo avance, dudar sobre la verdadera identidad de estos profesionales. Tan polifacéticos como mediáticos, quizá sea inadecuado tacharles de educadores, sin más. Al mismo José Carlos Díez, profesor de economía que encaja perfectamente en el didáctico perfil anteriormente descrito, suele condecorársele como economista y no como “profesor de”. Historiadores sobre profesores de historia, filósofos sobre profesores de filosofía, matemáticos sobre profesores de matemáticas… y así, sucesivamente, el pez grande se come al pez chico.
Por todo ello, retomando y tergiversando el mítico leitmotiv originado por James Carville (the economy, stupid), quisiera romper una lanza a favor de todos aquellos docentes sin más especialidad que la educación del ser humano. Aceptémoslo, sobre cualquier disciplina científica el maestro es maestro de seres humanos y no sólo de la parcela académica a la que honra con su esfuerzo: economía, filosofía, psicología y, por supuesto, la propia pedagogía entre tantos otros campos de estudio.
Cortos de vista estamos, cuando no medio atolondrados o simplemente idiotizados, si no pedimos a gritos la presencia de educadores sin disciplina adjetivada en todo debate que se precie de ir más allá de la mera doxa. Puede que el árbol contra el que nos hemos estrellado sea la economía, no lo niego, pero el bosque al que aspiramos sólo tiene un camino viable: la educación. No es la economía, queridos lectores, sino la educación. Y no sólo lo digo yo, sino también otros muchos como Fernando Savater, que además de profesor es un gran filósofo y, acordándome de la legendaria coletilla de Faemino y Cansado, sin duda habrá leído a Kierkegaard.
José Luis González Geraldo
https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo
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