Dentro de la pluriforme producción de esta artista, dueña de una mirada diferente, disímil, radicalmente propia, que a la par que la ha convertido en una figura dispar de sus propios compañeros generacionales le ha llevado a conformar un universo estético propio radicalmente diferencial y fortísimamente personal, las cajas compartimentadas de Pilar Carpio si de alguna manera cercanas en su apariencia formal a algunos de los assemblages del estadounidense Joseph Cornell, nacidas sin embargo de una instancia voluntariamente muy diferente y fruto sus tridimensionales contenidos de su intencionada elaboración por su autora –nada de elementos preformados a lo Schwitters ni de objets trouvés– se configuran como pequeñas arquitecturas, ora más sentimentales, ora más lúdicas o irónicas, incluso en algún caso provocativas, que desde la plural yuxtaposición de sus elementos ofertan a quienes las contemplan una iconocidad que hunde sus raíces en un sustrato personal, casi se podría decir que íntimo, que las configura como verdaderos retablos laicos a muchos de los cuales la memoria, el recuerdo, incluso la nostalgia, y esa realidad mediterránea y levantina tan presente siempre en el hacer de esta creadora les dotan de una nueva y potente capacidad semántica.