La tarde comenzaba amenazante ya en Cuenca, con un ligero sirimiri que, intermitente, iba cayendo después de comer y los nubarrones de esos que nada gustan en Semana Santa se iban cerniendo sobre la capital. Eran las seis de la tarde, y aún quedaba una hora para que se abriesen las puertas de San Esteban, pero esa amenaza que suponía ver tales nubes se quedaba en eso, en una amenaza.
A las siete de la tarde puntual comenzaban a salir desde San Esteban los dos primeros pasos de este miércoles, esos dos primeros olivos, esos primeros capuces blancos tan característicos de la ciudad en un miércoles de Semana Santa.
Y lo hacía con una abarrotada plaza de San Esteban, al igual que todo el recorrido de subida. Desde Aguirre hasta Las Torres y seguido de Puerta Valencia y Alonso de Ojeda.
Misma estampa ocurría en la plaza del Salvador, en donde más capuces blancos aguardaban la salida de la virgen de la Amargura con San Juan, que salía a la calle entre el silencio de todos, tan solo roto por el eco de la banda de cornetas y tambores, por la banda de Horcajo de Santiago.
A eso de las 21 horas salían de San Pedro el paso de nombre homónimo, la Negación y el Ecce Homo de San Miguel, en una plaza que replicaba las estampas que en las otras salidas se había repetido. Y con semblante serio, con fuerza y firmeza, comenzaban a bajar por el empedrado del Casco Antiguo hasta llegar a la Plaza Mayor.
Viendo la misma plaza 24 horas después, podemos afirmar casi sin equivocarnos que el público que se congregaba este Martes Santo se quedaba en nada comparado al de esta noche.
Miles de personas ocupaban cada centímetro cuadrado de este punto de encuentro de nuestra Semana grande, que majestuosamente iba “esponjándose” según iba entrando cada paso, abriéndose para que cada conjunto descansara en sus borriquillas, para que la Amargura pudiera tomar acomodo en el Palacio Episcopal, para que la Santa Cena pudiera salir desde la Catedral para marcar el inicio del cortejo ya formado al completo.
Pero ahí, en ese momento, fue cuando más se empezó a temer por el desfile. El agua llegaba, nadie quería reconocerlo, pero ahí estaba ella, tan inoportuna en Semana Santa. La Plaza Mayor, quizás por miedo a que callera más, o quizás por las ganas de los espectadores de contemplar la procesión formada ya en otro punto de la ciudad, fue vaciando poco a poco.
Pero aún así el público ahí seguía, contemplando cómo los capuces blancos iban bajando, cómo las interminables filas de tulipas daban esa luz especial al Casco, cómo las bandas daban esa sonoridad a una Plaza Mayor que estaba rememorando un Miércoles Santo de esos que hacía años no se veía.
No faltaron las novedades este 2022, y algunas de ellas eran casi inapreciables. Las andas de la Santa Cena han lucido renovadas, tras renovar toda su estructura interior y añadir el aluminio y otra colocación de banceros para distribuir mejor la carga.
Una bajada impecable, repleta de silencio, y con incluso filas dobladas en el Huerto de San Esteban para darle mayor ritmo a una procesión que, como lleva siendo habitual en este 2022, ha vuelto a ser participativa. Muy participativa.
Tras recorrer todo el centro, la emotividad llegaba con la despedida de las tallas en Aguirre. Ahí se despedían el Huerto, el Prendimiento, la Cena en Diputación, el San Pedro unos metros más adelante, y la Negación descansó en la plaza de San Esteban.
Uno de los momentos emotivos que, aunque fuesen ya altas horas de la noche, todo el entorno se volvía a colapsar por unos conquenses que querían darle el último adiós las tallas.
Continuaron en soledad hasta el Salvador y San Andrés el Ecce Homo y la virgen de la Amargura, regalando momentos de intimidad, de brillantez, de un desfile impecable.
Y con todo, Cuenca volvió a ganar el pulso al tiempo. Aunque este miércoles haya amenazado por unos minutos la lluvia, la fuerza que transmitían los pasos hizo a las nubes alejarse, para darle ese brillo especial a la procesión del Silencio conquense. Cuenca 3 – 0 Aemet.