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El sacerdote y escritor conquense publica su nuevo ensayo: “Genitales culturales”

Domingo 07 de noviembre de 2021

Para Roberto Esteban Duque, “Durante el año 2006 existía la percepción de que el Partido Socialista ya había hecho mucho, y los derechos de los transexuales no eran su principal prioridad.”.


La intrahistoria de la ley trans

Una vez aprobado con José Luis Rodríguez Zapatero, en el año 2005, el matrimonio entre personas del mismo sexo, los derechos de los transexuales entraron a formar parte de la agenda más visible de las organizaciones LGTB. En la manifestación del orgullo gay de 2005, el eslogan fue “Avanzamos, y ahora l@s transexuales”, haciendo claramente referencia a la reivindicación de una ‘Ley sobre el Derecho a la Identidad de Género’ que incluiría, entre otras peticiones, la cobertura de la sanidad pública del proceso quirúrgico para la reasignación del sexo.

El éxito del matrimonio entre personas del mismo sexo supuso una gran inversión en términos de trabajo de lobby y activismo, principalmente de aquéllos que eran miembros del PSOE y que tuvieron que ejercer presión sobre sus colegas para hacerlo realidad. Durante el año 2006 existía la percepción de que el Partido Socialista ya había hecho mucho, y los derechos de los transexuales no eran su principal prioridad. Como resultado, en abril de 2006 algunas activistas transexuales socialistas, visiblemente encabezadas por la actriz Carla Antonelli, amenazaron con hacer una huelga de hambre, evidenciando la fractura dentro del partido y de la FELGTB.

Sorprendía entonces el punto de vista del arzobispo emérito de Sevilla, Carlos Amigo, al señalar que “asignar el sexo a una persona simplemente mediante una inspección exterior de los genitales, puede que no corresponda con su identidad. Hay personas que en apariencia son exclusivamente hombres o mujeres, pero esa no es su identidad real”. Con motivo de su sustitución como arzobispo de Sevilla, Antonelli le dirigió una carta titulada Gracias, Carlos Amigo, por defender la Ley de Transexuales.

El 2 de junio de 2006, el Consejo de Ministros aprobó la entrada en el proceso parlamentario de la propuesta de ley socialista para regularizar la rectificación del registro sobre el sexo de la personas y que finalmente se aprobaría el 1 de marzo de 2007. La propuesta socialista respondía a algunas de las demandas de las organizaciones activistas: permite a los individuos transexuales utilizar el nombre y sexo de su elección en los documentos oficiales, sin la obligatoriedad de la cirugía. Los requisitos exigidos serían: un diagnóstico de disforia de género, dos años de tratamiento médico (un término intencionadamente ambiguo no referido exclusivamente al tratamiento hormonal, sino que incluiría otros cambios relacionados con el género), ser mayor de 18 años y tener nacionalidad española.

Finalmente el anteproyecto de la Ley trans sería aprobado en España el 29 junio de 2021, siendo posible el cambio de sexo con un periodo de espera de tres meses desde la primera solicitud, abriéndose a los menores sin necesidad de informe médico y quedando fijada la edad mínima en 14 años. España se convertía así en el séptimo país de Europa en reconocer la autodeterminación de género. Con el anteproyecto de “Ley trans” se eliminan los requisitos de un diagnóstico médico o psicológico y un tratamiento hormonal para poder cambiar de sexo en el registro.

Piensa Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián y prologuista del presente ensayo, que mientras el ser humano esté tutelado por la familia en la transmisión de los valores, el Estado no podrá hacer nada. Sin embargo, si conseguimos separar al hombre de su familia, entonces tendremos un hombre aislado y manipulable, narcisista y rendido al “pan y circo” de nuestros días. La “Ideología de género” se plantea como la ideología del deseo: tienes el derecho de hacer lo que deseas. En la teoría gender, el deseo se impone a la realidad: si deseo ser hombre, seré hombre, aunque sea una mujer; si deseo ser mujer, seré mujer, aunque sea un hombre. La “Ideología de género” confunde el deseo con la voluntad. Pretende reconfigurar el orden natural, creando un hombre artificial, sin identidad sexual, sin historia ni convicciones, e instaurando una nueva moralidad pública desde la legislación. Para Munilla, el principal problema del mundo es un problema antropológico. Necesitamos sanar las heridas provocadas por la Ideología de género, por el narcisismo, por la incapacidad de amar. En el respeto de la Ley natural se encuentra la verdadera sanación del hombre.

La “refundación” de la familia

En la Primera parte de “Genitales culturales”, el sacerdote Roberto Esteban Duque constata el grado de locura colectiva al que nos arrastra y arrumba la “política de la identidad”-multicultural-homosexualista, una deriva totalitaria invasora de la vida privada que penetra en todos los estratos de la sociedad, importunando sin pudor en las escuelas, universidades, medios de comunicación y grandes empresas. Las denominadas “políticas de identidad” se han convertido en una verdadera religión de Estado, imponiéndolas a todos y castigando al disidente. Lo vemos cada día en todos los ámbitos de la vida, penalizando fundamentalmente a una familia vulnerable y debilitada. Entre los objetivos principales de la identity politics se encuentra la desaparición del matrimonio y de la familia, incluyendo la educación de los hijos por parte de los padres, verdadera piedra de toque y máximo exponente del acoso al que la familia se ve sometida. El objetivo es el control final de la población por medio del control de la sexualidad y de las relaciones humanas. Junto a la caída de la fecundidad, otro fenómeno demográfico, como es el envejecimiento de la población, está poniendo a prueba la resistencia de la familia como eje del bienestar de los ciudadanos.

Se analiza en una Segunda parte la Ley Trans, mostrando el autor sus deficiencias. El esfuerzo por despatologizar la transexualidad se intenta justificar esgrimiendo dos argumentos insostenibles. En primer lugar, la negación de la identidad sexual binaria, varón y mujer, y su contribución a la identidad personal, como si el sexo genético y los complejos procesos endocrinos, bioquímicos, fisiológicos y anatómicos dependientes de él no existieran o fueran modulables a voluntad. Y en segundo lugar, el argumento de la ilimitada autonomía que se pretende conferir a todos aquellos que deseen modificar su apariencia sexual -que no cambiar de sexo, puesto que no es posible biológicamente- eliminando barreras, requisitos, tiempos de espera, asesoramiento médico o psicológico o incluso prohibiendo cualquier terapia que contribuya a la identificación con el sexo biológico con el fin de superar el proceso de disforia. El Proyecto de Ley Trans se contradice cuando habla del principio de no segregación a la hora de atender en cuestiones de salud a la población trans y a la vez conforma la identidad trans en torno a la despatologización. No es una enfermedad pero parece asumir que la población no es tratada de forma no discriminatoria en la salud pública.

Se aborda, en una tercera sección, la “Ideología de género y aborto”, exponiendo el vigoroso y nefasto proceso de deconstrucción y de ingeniería social llevado a cabo por la teoría de género. Por otro lado, no hay peor derecho para la mujer que el derecho a la salud sexual, cuando se le entiende y define desde el enfoque y tema de género. Lo menos que puede objetarse en este enfoque es su ambigüedad: propone una sociedad solidaria, pero promueve una “cultura de la muerte” por las razones más individualistas; denuncia la dominación masculina, pero a través del aborto y los anticonceptivos fortalece esa dominación; reclama el cuerpo femenino como terreno de lucha libertaria, pero lo reafirma como fuente de placer y hedonismo; se queja de la mujer reducida a objeto de placer o explotación, pero universaliza los medios materiales para garantizar esa forma de explotación; lamenta que la mujer ha sido menospreciada, pero desprecia a las mujeres que eligen la maternidad.

El sacerdote conquense, moralista y profesor de Bioética, finaliza con una propuesta capaz de “refundar” la familia, un desplazamiento donde el esfuerzo gravite en la necesidad de recuperar el ideal del orden familiar. Se requiere recuperar la misma familia como realidad antecedente a la sociedad, “preservarse”, salvarla de tantos embates a que se ve sometida. Y se la salvará desde dentro de la propia familia, no desde fuera; “rehaciéndola” desde un ámbito de intimidad, no desde la realización de sus funciones sociales; desde la educación de los hijos, no desde las necesidades sociales inmediatas; desde la consideración de los principios estructurales de la realidad familiar, no desde una mera perspectiva sociológica. El renacer de la familia pasa por superar la supremacía de los derechos individuales, la lógica hedonista de los deseos subjetivos, la exaltación del amor romántico como fundamento de la relación amorosa, con el fin de rehabilitar los deberes familiares, las obligaciones incondicionales, el compromiso conyugal, si no queremos convertir la familia en un mero instrumento de la realización de las personas, en una institución que se construye y reconstruye libremente, debilitando así los vínculos familiares.

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