En lo fundamental los humanos no somos distintos de cualquier otro ser vivo: nacemos de una semilla, brotamos y crecemos en la alegría inconsciente de la primavera, maduramos con el calor veraniego, damos fruto en la serenidad templada del otoño y concluimos cuando el invierno enfría nuestra sabia. Solo hay algo que nos distingue: nuestra fatua pretensión de inmortalidad.
Llegado mi invierno pido a quien cuide mi planta que no me trasplante a invernadero, que no deje que me apliquen abonos inútiles y que tampoco permita que me injerten una sabia nueva cuando, razonablemente, no la pueda alimentar.
Digo más para cuando llegue mi invierno: respeten mi adiós, sean benévolos juzgando los frutos amargos que sin querer produje y, si gozaron de algún fruto de los que generosamente quise ofrecer, alégrense primero y hagan una fiesta de despedida luego.
Me parece bonito pensar que en el ciclo de la vida mis cenizas serán abono para plantas que nacerán o rejuvenecerán en una nueva primavera.
P.D. Espero que mi otoño sea propicio y que el invierno tarde en llegar.
Joaquín Esteban Cava