Inocente. Así, se declara esta presuntamente maquiavélica caricatura de hombre, cobarde a más no poder. Inocentes han sido Marina y Laura, sus familias e incluso la que hasta hace poco fue la suya. Esa misma que tras sus primeros encontronazos con la justicia todavía tuvo a bien darle una segunda oportunidad, creyendo que podría encontrar, si no el camino recto, uno menos torcido. Presuntamente, según parece. Formalidades legales que nos han de acabar corroborando si su huida confirma la fatalidad de sus acciones y la podredumbre de su corazón, inmisericorde y despiadado. Presunción de inocencia que nos vemos forzados a tener y que él se empeña en defender habiéndose incluso confesado a sus compinches. Que la disfrute, pues es probable que sea uno de los últimos gestos que, de confirmarse, nadie tenga con él. Por no tener, ya no tiene ni humanidad.
Huelga comentar el desgarrador sufrimiento que los familiares de Marina y Laura, así como sus amigos, están padeciendo. Perder a un ser querido siempre es doloroso, pero pocos saben lo que se siente cuando la pérdida es tan traumática como la de estos tristes días. Dicho esto, y mostrando mi más sincero pésame y solidaridad con todos ellos, no podemos olvidar a esa tercera familia que, entre la inmerecida vergüenza y la incredulidad, ha sabido reaccionar con pundonor cuando el dolor también se ha cebado con ellos. Evidentemente bajo otras circunstancias, no solo han perdido a un hijo, repudiándolo, sino que también han ganado un demoníaco engendro que les acompañará, quieran o no, como si de una sombra se tratara.
Mientras el recuerdo de Laura y Marina hace que sigan vivas en los corazones de los que las quisieron, los latidos de quien les robó la vida hacen que su familia ni siguiera tenga el frágil pero nada nimio bálsamo del grato recuerdo. No me malinterpreten, que ya hemos tenido bastante desinformación y confusión estos días, tengo claro quiénes son las principales víctimas, pero debemos aceptar que no son las únicas. Tras el juicio será fácil señalar con el dedo al responsable -quizá responsables- pero la tarea se complica cuando hemos de atender a los afectados. No todos sufren igual, cierto, pero todos igualmente sufren.
Por último, poco se ha hablado del papel que su primer paso por prisión, semilla de la amistad que le ha acogido tras su huida, ha jugado en todo este asunto. El sistema penitenciario se sostiene sobre el principio de reinserción, y no bajo el deseo de venganza y castigo. No obstante, ¿quién se atreve a reprobar las palabras de la madre de una de las chicas cuando presa de la impotencia y del más profundo de los vacíos solicitaba que lo colgaran de un pino? Podría ser que el paso por prisión, lejos de suavizar su desviación, pudo haber actuado como catalizador de actos mayores. Con todo, y dejando de lado alguna posible pero poco probable psicopatía, este caso podría sumar adeptos a los que consideran que, en ocasiones y para algunos sujetos, las cárceles se convierten en universidades del crimen. No es un tema de fácil solución, pero no por ello debemos abandonar el debate.
A día de hoy, y con el corazón encogido, Cuenca entera promete hacer lo único que puede, apoyar a las familias y amigos, manteniendo viva la llama del recuerdo de Marina y Laura. El perdón para ese presunto asesino, por el contrario, es algo imposible de concebir.
José Luis González Geraldo