Al Pairo

Pedro el patriota

Redacción | Viernes 03 de julio de 2015

Tal vez como consecuencia de los malos resultados cosechados en las últimas elecciones, o quizás también porque vislumbra el peligro de convertirse en una pieza secundaria en el lado izquierdo del tablero político, Pedro Sánchez quiso reverdecer ante dos mil de sus correligionarios, reunidos en el Circo Price de Madrid, con la imagen de una gran bandera española de fondo. Menos noticiable que la exhibición de la enseña nacional fue su discurso, tan plagado de promesas ilusorias como de vacuidades; expresiones carentes de contenido, torpemente disimuladas por la aureola de incorruptibilidad con la que pretende envolverse el candidato del PSOE. Sin embargo, si ustedes tienen tiempo que perder, piérdanlo leyéndolo… no tiene desperdicio. Más allá de la historia ficción que lo sustenta, del idealismo torticero que exuda y de los buenos propósitos para un futuro próximo en el país de las maravillas, el discurso insistió en una idea que adquiere relevancia si la vinculamos con el mensaje que supone mantener la bandera sobreimpresionada en una pantalla enorme al fondo del escenario –eso sí, sólo los cinco primeros y los cinco últimos minutos de la intervención del señor Sánchez; más tiempo acaso hubiera provocado algún eccema en la delicada piel rojiza de algún asistente al evento–. La idea en cuestión es la idea de Patria, a la que el altanero candidato aludió hasta en tres ocasiones. En la primera de ellas afirmó que «los socialistas hemos incorporado a la gran patria del conocimiento a sectores sociales para los que era un sueño inaccesible». En su segunda alusión contrapuso Patria y «patrimonio». Y en la tercera dijo que «ser patriota es querer que la historia de tu país discurra por la senda de la prosperidad y de la libertad de sus ciudadanas y ciudadanos». Seguramente por pura necedad, no atinó en ninguna de las tres.

 



Examinémoslo con algo de detalle. Primeramente, se nos sugiere que la «patria del conocimiento» es una suerte de espacio ideal común al que se accede a través de la sabiduría administrada por el Gobierno (socialista, por supuesto) por medio de la educación pública. Asimismo, dicha patria –en palabras de Sánchez– no debe ser confundida con el patrimonio, que según la Real Academia Española se define bien como la «Hacienda que alguien ha heredado de sus ascendientes», bien como el «Conjunto de los bienes y derechos propios adquiridos por cualquier título». En consecuencia, la Patria no debería guardar ninguna relación («confundirse») ni con lo que nos precede, ni con los bienes materiales, ni con nuestros derechos. Pero entonces, ¿con qué clase de educación sería compatible? Seguramente con una que hubiera hecho tabula rasa de nuestro pasado, o una enmienda a la totalidad de nuestra Historia. Y más aún, ¿cómo conjugar este planteamiento con la tercera alusión que hace el propio Pedro Sánchez al término Patria, identificándola con la «prosperidad» de los ciudadanos? ¿De qué «prosperidad» está hablando el nuevo gurú socialista? ¿Tal vez de una inmaterial?

 

Lo que subyace en este discurso –expresión pueril y mal trabada de una ideología rancia– es, a mi juicio, un intento de violentar el significado mismo de la Patria, un anhelo de deslindarla de la tierra, de la heredad, de aquello material que nos vincula con los que nos antecedieron. Una pirueta ideológica que olvida que la Patria tiene que ver ante todo con el territorio que cada sociedad política hizo suyo, y sobre el cual se asienta y delimita cada Estado. Por tanto, todo Estado se constituye siempre sobre un territorio circunscrito por una apropiación de carácter histórico. Según esto, la Patria es principalmente el territorio capaz de albergar a una sociedad política, cuyo proceso de crecimiento constante estará orientado a la explotación de las riquezas que éste contenga. De ello deberíamos colegir, por lo demás, que el «amor a la patria» no ha de asemejarse a un sentimiento individual, subjetivo o psicológico, sino a la voluntad compartida de conservar el territorio y sus bienes para la subsistencia misma de la sociedad política que lo ocupa. Es esta voluntad colectiva la que envuelve y enlaza a los antepasados con los descendientes, por cuanto la Patria es tanto la tierra de nuestros padres como la tierra de nuestros hijos. Soslayar este componente material constitutivo del Estado, y dejarse llevar por un reduccionismo obstinado que va colocando adjetivos a la Patria para silenciar presuntos ecos del franquismo, es tanto como empecinarse en la ignorancia. Ni «constitucional», ni «del conocimiento», ni «cívico», ni «folclórico»; el patriotismo es más la voluntad conjunta y objetiva de salvaguardar el territorio propio de la nación que lo habita, o –digámoslo también así– la realidad legada que deseamos legar. Y es en este sentido que el discurso reduccionista de Pedro Sánchez viene a malear la Patria, a constreñir su significado, a desviar su razón de ser; siempre al dictado de componendas y espurios intereses, y cubierto por una nebulosa ideológica que contamina nuestro horizonte político.

 

Francisco Javier Fernández Curtiella.