Cuenca

Luisa M. Vallejo muestra sus últimas obras en “días de arte conquenses”

Redacción | Miércoles 08 de abril de 2015

Las verdaderas obras de arte, las genuinas, las del Arte con mayúsculas, no se pueden explicar con palabras. De hecho, no es posible explicarlas en absoluto. Un tal Kant afirmaba que lo sublime, como lo infinito, no se puede comprender —como un todo— desde la razón; sólo es posible aprehenderlo desde la intuición. Dicho esto, ahora debo explicar en unas pocas líneas las obras que expone la pintora Luisa M. Vallejo. Algunas me parecen sublimes; otras infinitas. Así que imagínese el lector en la tesitura en la que me encuentro. A ver cómo expreso yo lo inexpresable.



 

 

Cómo explicar que, al contemplar algunas de estas obras, escucho un estruendo telúrico. Un fragor que persiste fuera de la habitación que contiene al cuadro, incluso muy lejos, o varias semanas después de haberme enfrentado a él. Yo creo que ese rugido debe provenir de las profundidades de la tierra; o de los abismos del océano. Es un estrépito grave, sordo, gutural e incontenible que la pintora consigue apaciguar, equilibrar de manera inverosímil, a veces con un solo gesto preciso que hiere cromáticamente a la bestia para darle vida al lienzo.

 

Cómo explicar que algunos de esos cuadros contienen una niebla infinita. Me gustaría perderme en ella porque, aunque allí se sigue escuchando débilmente el bramido de la bestia, intuyo que tras esa densa atmósfera nebulosa encontraré un jardín japonés envuelto en la bruma donde alguien me invitará a la ceremonia del té, en un delicado equilibrio imposiblemente inestable, mientras eternamente nievan pétalos de cerezo en flor.

 

Cómo explicar que, cuando me imagino a Luisa manchando el lienzo en blanco, veo a un calígrafo oriental que obtiene sin intentar obtener, sin intención ni meta, que hace sin hacer; veo a un arquero que no apunta hacia la diana: apunta hacia sí mismo y la flecha va a clavarse en su propio espíritu.

 

En definitiva, ¿cómo explicar lo inexplicable?. Así que no se compliquen, olviden estas palabras insuficientes y vayan a ver estas obras, con mucho tiempo; caminen despacio hasta entrar en la sala y abandónense. No piense, simplemente observe; no al cuadro, sino lo que sucede en su interior, en usted mismo, en sus entrañas. Ahora, le advierto. Tenga mucho cuidado. Porque la concentración de materia cromática en aquellas telas es tal, que podrían explotar en cualquier momento y manchar su ropa, su cuerpo y su espíritu; incluso teñir, para siempre, de azul índigo los ojos de su alma.

 

Francisco Noguera