El atentado a la redacción de la revista francesa «Charlie Hebdo» por parte de un grupo terrorista ha puesto de manifiesto una vez más la confusión y la corrupción ideológicas por las cuales atraviesan las democracias homologadas del presente, desconcertadas ante la beligerancia de un islam que insisten en clasificar como “radical”.
El sentido común nos dicta que la esencia del islam, una religión de paz, nada tiene qué ver con los actos violentos que llevan a cabo creyentes que, en todo caso, siempre son los menos, al mismo tiempo que habrían malinterpretado el Corán y las enseñanzas de Mahoma. Para no ir más lejos, una víctima de un atentado islamista, la joven premiada con el Nobel de la paz, Malala, asegura que la religión que ella profesa nada tiene qué ver con la violencia. Algo que dice al mismo tiempo que va cubierta con su infaltable velo islámico.
Sin embargo, a pesar de que los defensores del multiculturalismo nos dicen que el islam es inofensivo, en el orbe se llevan a cabo manifestaciones multitudinarias en contra de la revista en cuestión. Por ejemplo, en Chechenia acaba de celebrarse una marcha que contó, según el ministerio del Interior de Rusia, con 800,000 personas, mientras que la BBC dijo que hubo 350,000. El ministerio del Interior de la misma Chechenia habló de un millón de personas.
Todo ello lo leo en la nota publicada por el diario El País, “Multitudinaria protesta en Chechenia por las viñetas de Mahoma”, de Pilar Bonet (19 de enero de 2015), quien además nos informa que en el territorio ruso de Magaz, junto a Chechenia, se llevó a cabo otra protesta hace días, a la cual asistieron 20,000 personas.
En la misma nota se puede leer como en Teherán, un grupo de cientos de educados universitarios convocó a otra protesta frente a la Embajada de Francia. Las consignas que los asistentes corearon son, a todas luces, propias de una religión que promueve el amor y la paz: “Muerte a la Francia sionista” y “Muerte a los blasfemos”, entre otras perlas.
Así, cabe preguntarse, ¿dónde está ese islam moderado del cual nos habla Malala? Hollande y Merkel también han dicho que el islam es ajeno al terrorismo. La respuesta: el islam moderado solo existe en las mentes confundidas del progresismo. El islam moderado es un mito.
En esta columna ya hemos explicado brevemente (ver nuestro texto “La ignorancia y la complicidad con el terrorismo”, 30 de julio de 2014) que la violencia recurrente de la cual echan mano los terroristas islámicos no es una extravagancia, sino que su origen puede explicarse (en parte) si acudimos al basamento teológico del islam, religión de ascendencia aristotélica.
Es decir, el islam en su conjunto (y no un grupo, grande o pequeño de fanáticos) está cifrado por el Acto Puro y el Motor Inmóvil, de ahí que el dios del islam no pueda ser representado, so pena de idolatría. El dios de los filósofos, el dios de Aristóteles, no puede entablar una amistad con el hombre porque esta se da entre iguales, como se puede leer en la «Ética nicomáquea». Pero el dios de Mahoma, discípulo de una escuela aristotélica, ni siquiera sabe que el mundo existe, porque está demasiado ocupado consigo mismo. En el catolicismo, Dios se encarnó en un hombre, Jesús, poseedor de un cuerpo como cualquiera. Un hombre que comía, bebía y charlaba en tertulias con sus hombres. Además, en el catolicismo hay una parafernalia de santos y, en el colmo de la ingenuidad, a veces se representa a Dios padre mismo, a la sazón un viejo severo con barbas. ¿Y el Acto Puro? Se le describe como la nada y su pensamiento es el pensamiento de su pensamiento. Es un dios autista, incorpóreo, inmóvil y, eso sí, feliz.
Todos los hombres, dice Averroes, autor del «El libro del Yihad», participan de un entendimiento agente universal, por lo que llevarían la Verdad dentro. Una Verdad que se escribe así, con mayúscula, porque es una y todos participan de ella. En las antípodas de lo anterior, Santo Tomás nos habló de que no todos los hombres dan cuenta de las mismas verdades.
Como se ve, el camino para la yihad está trazado: un dios incorpóreo porque el cuerpo es baladí. Un dios y una sola verdad, que al ser la única del mundo tiene que ser defendida con los dientes: “Muerte a los blasfemos”, como gritaban los jóvenes preparados de Teherán.
Ahora, desde luego que el asesinato de los caricaturistas nos parece deleznable. Sin embargo, es innegable que la revista era blasfema, algo que para el islam es susceptible de ser castigado con la muerte. Todo ello nada menos que en el país donde nació Lyotard, el autor de «La condición posmoderna» (1979). ¿Dónde está el fin de los grandes relatos? Otra vez: en la mente de Lyotard y sus corifeos.
En resumen: la guerra ha sido declarada una vez más. Sin embargo, “Occidente”, como se hace llamar, no se entera. Sigue sin atreverse a nombrar a su enemigo, como dice con claridad el filósofo Gustavo Perednik. En cambio, alza la voz para defender la libertad de expresión. ¿Y qué significa esta? Al parecer, la libertad de morir asesinado sin comprender del todo el porqué.
Manuel Llanes