Las armas y las letras

El animalismo sin argumentos de Eugenio Derbez

Redacción | Viernes 25 de abril de 2014

El famoso actor mexicano de cine y televisión, Eugenio Derbez, protagoniza un video disponible en Internet en el cual critica la fiesta brava. Así que antes de leer este artículo, recomiendo al lector que lo vea.

Empiezo por decir que este comentario crítico no tiene nada que ver con el trabajo de Derbez como cineasta, actor y productor. No es ese, de momento, nuestro objetivo. Otra cosa es que me parezca que la calidad de Derbez como comediante es, por decir lo menos, cuestionable. Sin embargo, en este texto lo juzgamos por sus ideas, vertidas en un video público cuyo contenido merece ser tomado en cuenta y analizado. Nos importa, para decirlo más claramente, el Derbez intelectual: un personaje público que moviliza ideas y conceptos, todo ello de acuerdo con una ideología. Derbez, como todos nosotros, tiene una opinión. Contra esta precisamente nos ubicamos nosotros, porque tanto derecho tiene él a denostar los toros (con mucho o poco tino, ya se verá) como nosotros a criticarlo.



 

Dicho esto, entiendo perfectamente que a Eugenio Derbez no le guste la fiesta brava. No tiene por qué gustarle, así de simple. Pero sus argumentos animalistas son débiles. Derbez no sabe (o soslaya) que sin toreros, simplemente, no hay toros.

Eugenio y simpatizantes, lo dije antes y lo repito (ver mi columna «Sin torero no hay toros», en Cuenca News del 31 de mayo de 2013): el toro de lidia no es un animal que ande corriendo libre por el campo, en su hábitat, antes de que mezquinos cazadores furtivos lo apresen con redes y crueles cadenas oxidadas. Esto no es una secuela de «El planeta de los simios» o una sesión de «Gorilas en la niebla».

El toro de lidia es producto de la crianza de los ganaderos. Este animal precisa muchos cuidados: para empezar, enormes superficies de tierra, las dehesas, donde el toro de lidia se desarrolla bajo la estricta vigilancia de veterinarios. Algo similar a lo que ocurre con el cerdo jabugo del cual se extrae el preciado jamón pata negra. Si no fuera por los ganaderos, que llevan a cabo esa cuantiosa inversión, no habría toros de lidia. El animalista pide la prohibición de la fiesta brava pero no ofrece alternativas que garanticen la recurrencia del toro: hablar de refugios o de zoológicos implicaría una cuantiosa cantidad, que los ganaderos ya invierten en la crianza sistemática del toro bravo.

¿Que los ganaderos hacen negocio con ellos? Pues claro, están en todo su derecho porque la ley del país de referencia lo permite. No es una actividad ilegal, sin perjuicio de que esté prohibida en muchos países. Y ojo, lectores mexicanos: suele citarse como ejemplo el caso de Cataluña, España, donde la fiesta brava está, efectivamente, prohibida. ¿Pero por qué se prohibió y quién lo hizo?

Lean bien, mexicanos de buena voluntad, aunque susceptibles de ser manipulados por Derbez y compañía: se prohibió por los cabildeos de un deleznable partido racista, de derecha extravagante, CiU, Convergencia y Unión, integrado por confundidos y maledicentes españoles que aseguran en su delirio no ser españoles. De ahí que pretendieran deslindarse de una tradición representativa de la sociedad española: no quieren saber nada de España. Pero no se confundan: Cataluña era la plaza con más tradición de España, más incluso que Andalucía.

Solo hay ocho países en todo el mundo, dice Derbez (nunca da sus fuentes) donde la tauromaquia está permitida. Por algo será, dice Derbez, un argumento que es fácilmente reversible: ¿por qué esos países tienen que estar en un error? A lo mejor son ejemplo a seguir.

La cosa se complica más cuando en la introducción del video se alega que el toreo «no es arte ni cultura». Pero eso sí, para nada nos explican qué es el arte y qué la cultura, palabras oscuras y confusas que se utilizan de acuerdo con la conveniencia de quien apela a ellas.

Si el arte es «un saber hacer» y la cultura un agregado de rasgos, de artefactos, de instituciones en sentido antropológico (el capote, los pitones, la plaza, los rejoneadores, las verónicas, las banderillas, los cabestros, etcétera), entonces el toreo es arte y es cultura. Pero eso no la exime de críticas, como si la cultura fuera algo sublime, ajeno a la censura y la crítica. Derbez mismo dice: «Yo soy artista y el arte, en todas sus manifestaciones, crea, no destruye». El actor no quiere pensar que el arte muchas veces implica el procesamiento de materias primas, recursos naturales, que son destruidos para construir otra cosa, de pretensiones artísticas o artesanales. Peor aún: Derbez no toma en cuenta que su trabajo como comediante parodia (e intenta destruir) el drama solemne, al cual muchas veces se opone.

Derbez vincula la tauromaquia con patologías, con psicópatas, porque, según dice él, el FBI ha comprobado que los asesinos seriales empezaron matando animales. Vinculación que habría que comprobar, según el caso, porque la civilización está cimentada en la muerte de animales que nos han servido de alimento y abrigo. ¿Qué fue la caza durante el Paleolítico para Derbez?, ¿qué significó la revolución neolítica, la domesticación de las bestias? Un asesinato serial y ritual, suponemos, digno de Hannibal Lecter. En España, el gobierno sacrifica lobos salvajes cuando exceden determinada cuota, porque de lo contrario la sobrepoblación iría en detrimento de la ganadería. ¿Quién mata a los lobos? Una panda de enfermos, diría Derbez.

«Yo quiero un México sin violencia y lo último que necesitamos en este país es un lugar lleno de gente celebrando el asesinato de un animal», dice Derbez. Lo anterior nos lleva a uno de los argumentos más comunes de los antitaurinos: quienes asisten a las plazas de toros son enfermos que disfrutan con la violencia. Un insulto, puro y duro, por parte de quienes aseguran en todo momento expresar sus ideas con respeto y pacíficamente. Mentira: la agresividad de los antitaurinos es cosa probada, así como su histrionismo; para muestra el mismo Derbez.

«Ni siquiera es una tradición mexicana», dice Derbez, con énfasis. El cine, la televisión, de las cuales Derbez vive, como actor que es, tampoco tienen su origen en México. La actuación tampoco. ¿Ese es motivo para pedir su censura? A todo esto, ¿la tauromaquia no es mexicana? ¿No lo es? Si se instauró su práctica, como suponemos, al menos durante el Virreinato, ¿por qué no habría de ser mexicana, si precede al México independiente? Derbez queda así en evidencia: no tiene claro a partir de qué momento puede hablarse de México como país. Además, no tiene que ser mexicana, desde luego: en Francia, la fiesta brava está protegida por ley y hay plazas donde los niños entran gratis.

En resumen, las opiniones de Derbez son tópicas y hasta podría pensarse que actúa con dolo, con mala fe. El toreo no tiene que gustarle, no es obligación. Pero, en todo caso, resulta más fácil alegar repugnancia desde la estética: me da asco la sangre, la realidad me revuelve el estómago, en lugar de apelar a confusas ideas de cultura y de arte.

Una vez más, el animalismo demuestra la pobreza de sus argumentos, lo cual no parece ir en demérito de su popularidad: cada vez son más quienes reivindican los derechos de los animales, ya no como bestias que, por cierto, en ciertas sociedades gozan de garantías que muchos humanos no tienen, sino como personas: en el DF hay restaurantes para perros y, en otros países, hoteles para mascotas. A saber por qué los animalistas excluyen al toro de lidia de esos privilegios y en cambio piden la cancelación de la fiesta brava, es decir, la paulatina y eventual desaparición del toro bravo.

 

 

 

Manuel Llanes