Al Pairo

De desafíos y reacciones

Redacción | Domingo 05 de enero de 2014

En las postrimerías de 2013 se ha puesto fecha definitiva al desafío secesionista catalán que ha venido gestándose durante mucho tiempo. Con su habitual tono arrogante y provocador, el Presidente de la Generalidad de Cataluña, Artur Mas, anunciaba, tras acuerdo con ERC, ICV, EUiA y CUP, que el 9 de noviembre de 2014 se celebrará la manida Consulta. Ésta, ansiada cima del tan confuso como absurdo derecho a decidir del supuesto pueblo catalán, pretende ser materializada a través de una pregunta principal y otra subordinada. La principal: ¿Quiere que Cataluña se convierta en un Estado? La subordinada, sólo en caso de respuesta afirmativa a la principal: ¿Quiere que este Estado sea independiente? No cabe mayor despropósito intelectual, pero esto ya no debería sorprendernos lo más mínimo. Tampoco la ampulosa puesta en escena de unos políticos sediciosos que bien podrían encajar en aquella caracterización que hiciera el filósofo Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) en su brillante Teatro Crítico Universal: «Hay empero entre éstos algunos, que es poco llamarlos necios; porque es razón declararlos locos rematados. Y son aquellos, que aun con conocimiento de que van al precipicio, se empeñan en escalar la cumbre: genios émulos de las vanas exhalaciones, que por brillar en la altura, consienten en ser reducidos a ceniza; y más quieren una brevísima vida en la elevación del aire, que larga duración en la humildad de la tierra.» (Tomo primero, Discurso cuarto: La Política más fina.)



 

 

Como ya he procurado señalar en alguna ocasión, la cuestión del nacionalismo es poliédrica y, por tanto, la crítica correspondiente admite distintos enfoques. No obstante, en la actual encrucijada, sólo cabe centrar nuestra atención en la respuesta del Gobierno de la nación ante la amenaza explícita, desvelada. Si bien es cierto que no toda amenaza supone un peligro real para el amenazado, no lo es menos que la reacción de éste habrá de ser de mayor contundencia que la propia amenaza si no quiere verse en peligro. En el trance en que se halla España, más allá de otras contingencias sociales, económicas o políticas, que no por resultar muy graves son verdaderamente esenciales, el peligro en ciernes es la ruptura de la unidad de España. Esta idea es clave para entender el fondo de la cuestión, así que habrá que decir algo al respecto, por escueto que sea. Cogido como sujeto de análisis España, su unidad tiene que ver con la conexión o cohesión entre sus partes. Unidad supone, pues, multiplicidad. A su vez, todas estas partes se hallan vinculadas a un contexto o entorno, y es ahí donde se define precisamente la identidad del sujeto; es decir, el qué es. Por tanto, la identidad se verá siempre definida respecto a un tipo o clase de su entorno. Conforme a esto, una posible ruptura de la unidad de España por la secesión de una de sus partes afectaría inevitablemente a su identidad, a qué es España respecto de las otras naciones europeas (el entorno).

 

Ahora bien, ¿están nuestros gobernantes dispuestos a reaccionar ante la amenaza? ¿Comprenden bien el alcance de la misma? Tan solo en apariencia Gobierno y oposición se han mostrado firmes. Así, por ejemplo, a poco de anunciarse la fecha de la Consulta, Mariano Rajoy se abandonaba al acostumbrado circunloquio: «en los últimos 50 años sólo dos países han crecido más que España. Somos un país maravilloso, para nosotros el mejor, es de los mejores del mundo. […] No voy a trabajar para acentuar las diferencias, voy a trabajar para acentuar lo que nos une después de tantos siglos juntos y lo que tenemos por delante.». Asimismo, dejando entrever su vergonzosa flaqueza, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, apelaba al seny (sentido común) de los dirigentes catalanes para reconducir lo que a su juicio únicamente es «un error histórico». Por su parte, Alfredo Pérez Rubalcaba, Secretario General del PSOE, partido político que en su día auspició la tramitación y aprobación de un Estatut manifiestamente inconstitucional, declaraba sin rubor que «nadie puede dudar de que el PSOE es un partido que defiende a España. Además, somos el único partido que tiene la 'E' en sus siglas». Mientras tanto, los socialistas catalanes de Pere Navarro aseguraban que harán campaña para que la Consulta pueda llevarse a cabo.

 

El tono débil de la mayoría de declaraciones de las últimas semanas me hace temer hoy por hoy una respuesta timorata ante la amenaza, y el aun el contenido de las mismas se me antoja insuficiente. En su célebre obra De la guerra, el prusiano Clausewitz (1780-1831) sostenía que cuando las victorias únicamente sirven para detener los golpes del enemigo, sin intención alguna de devolverlos, la contienda es completamente absurda. Mi zozobra, pues, reside más en una posible reacción cobarde y acomplejada que en la propia aberración inherente al secesionismo. Las bravuconadas de los gerifaltes separatistas, que en condiciones normales no pasarían de ser unos orates estrambóticos o unos esquizofrénicos merecedores de atención médica, no son mi principal preocupación. Su desvarío altanero es, por lo demás, sobradamente conocido y comentado por la mayoría de españoles. Vuelvo aquí a las palabras del padre Feijoo: «lo mismo que a cada paso se oye en los corrillos: que la virtud es desatendida: que el vicio se halla sublimado: que la verdad, y la justicia viven desterradas de las Aulas: que la adulación, y la mentira son las dos alas con que se vuela a las alturas.». En cambio, en los albores del nuevo año, mucho más me inquieta un Estado endeble incapaz de imponerse al ultraje nacionalista y devolver sus golpes con mayor contundencia; me desasosiega, a fin de cuentas, un Estado en peligro.

 

Francisco Javier Fernández Curtiella