Cuenca

El Rey Felipe IV, de fiesta en Cuenca

Redacción | Lunes 27 de mayo de 2013

Tal día como hoy, 27 de mayo, pero del año 1642 llega a Cuenca el rey Felipe IV, acompañado de un impresionante cortejo que convirtió la ciudad, durante casi un mes, en el centro político de la monarquía. La comitiva permaneció en la capital hasta el 25 de junio, periodo en el que se llevaron a cabo grandes festejos, destacando una vistosa corrida de toros en el coso improvisado en la hoz del Huécar, aproximadamente en el lugar en que ahora se ubica el Teatro-Auditorio, si bien entonces no existía el gran espacio excavado en la falda del cerro del Socorro, cuya ladera servía para el acomodo de los espectadores.



 

 

La estancia real en la ciudad conquense, la más dilatada jamás protagonizada por un monarca español se engloba dentro del amplísimo periplo que Felipe IV realizó por todo el reino con el propósito declarado de reclutar tropas con las que combatir la sublevación simultánea de Cataluña y Portugal pero que aprovechó para desarrollar una auténtica excursión de fiestas y placeres, con etapas en numerosas ciudades del trayecto. En concreto,  la que tuvo por objeto a Cuenca se comprendía dentro del viaje desde la corte a Aragón, en el que invirtió tres meses.

 

El Concejo Municipal de Cuenca recibió la noticia el 15 de mayo y de inmediato se iniciaron los preparativos encaminados tanto a embellecer la ciudad como a organizar los convenientes festejos que tanto agradaba a la corte de los Austria, sin que en ellos pudieran faltar los toros. El rey se  instaló en el palacio episcopal, único edificio que en la ciudad ofrecía las oportunas comodidades. Allí acudió al día siguiente el Concejo en pleno,  cuyos miembros besaron las manos del monarca y le entregaron las llaves de la ciudad.

 

Durante su estancia en Cuenca, además de acudir a fiestas y saraos y participar en excursiones por los alrededores (es famosa la que hizo a los Molinos de Papel), el rey acostumbraba a pasear todas las tardes por las calles de la ciudad. Pero el momento culminante de la estancia fue, desde luego, la espectacular corrida de toros que tuvo lugar el 12 de junio. Era jueves y a las cuatro de la tarde ya estaba el monarca en un balcón del colegio de Santa Catalina (inmediaciones de la actual iglesia de Santa Cruz), desde pudo contemplar en todo su esplendor el espectáculo. Tengamos en cuenta que el jolgorio consistía no sólo en perseguir y alancear toros, sino también en empujarlos al río Huécar y continuar en el agua el castigo de los animales. El rey, su valido, el conde-duque de Olivares y el resto de cortesanos, disfrutaron de lo lindo, a juzgar por lo reflejado en las crónicas de la época.

 

José Luis Muñoz