La semana pasada, el Bayern de Múnich, prestigioso equipo de futbol de la liga alemana, anunció el nombre de su nuevo entrenador, designación que cayó nada menos que sobre uno de los españoles más famosos del mundo, Pep Guardiola. Los antecedentes de Guardiola, quien al frente del Barcelona Futbol Club tuvo una gestión tan exitosa como elogiada, repercutieron en toda la prensa deportiva del orbe, como no podía ser de otra forma al tratarse de un individuo ganador de varios e importantes títulos, tanto en la liga española como en Europa.
De esa forma, Guardiola se suma al buen número de españoles que ha decidido emigrar hasta Alemania, aunque las condiciones en que él lleva a cabo su mudanza son harto distintas del resto de sus compatriotas. El español común se marcha para Alemania (a veces desesperadamente) en busca de otras alternativas, cuando su país de origen alcanza una elevadísima cifra de paro. Emigrar, nos cuentan, es una cuestión de sobrevivencia. Nada qué ver con el caso de Pep, quien alquila un piso en Manhattan.
Pero el éxodo español hasta Alemania no tiene solo su origen en el sacrificio, en el abandono a regañadientes de España, donde con frecuencia se dejan familia y amigos, cañas y tapas, sino que también se convierte en una especie de viaje iniciático en busca de la ansiada vivencia de la tierra prometida, después de vagar durante años por el desierto.
Para entender una experiencia tan trascendental puede sernos útil el siguiente ejemplo. Me explican que la peregrinación hacia la Meca (o «hajj») es uno de los llamados pilares del islam. Todo musulmán tiene que visitar la Meca al menos una vez en la vida, siempre y cuando su salud y su condición económica se lo permitan.
Pues en el caso que nos ocupa pasa algo parecido. Es decir, todo español moderno y cosmopolita que se respete tiene que visitar Alemania al menos una vez en la vida, para una vez ahí empaparse de la auténtica democracia, al mismo tiempo que su corazón late en sintonía con el espíritu de la diosa Europa.
Ahora, una cosa es visitar la meca de los europeístas, es decir Alemania, pero si la cosa pasa de una simple diligencia turística y el español en cuestión pasa una estancia más prolongada en esa región tan maravillosa, entonces el sujeto ya puede considerarse un triunfador en toda regla, aunque sea bajo el yugo del contrato basura.
Quien esto escribe presenció hace unos días una animada conversación entre españoles, que llegó a su culmen cuando uno de los participantes dijo con orgullo que estaba de regreso en España después de haber pasado ¡dos años en Berlín! Vivir bajo la sanción de los alemanes, ser aprobado por ellos, es uno de los más acusados objetivos del español progresista actual.
De ahí que los defensores del federalismo como panacea de los problemas de unidad e identidad de España con frecuencia apelen al caso alemán como referente. Alemania es el camino.
En México pasa algo parecido con la compleja relación amor-odio con los norteamericanos. En los Estados Unidos se cristalizan los ideales, el orden y la disciplina que a México tanto le faltan, de ahí que para no pocos mexicanos el modelo de éxito sea emigrar exitosamente hasta EE.UU. y una vez ahí pronunciar en perfecto inglés «Yes, sir!» después de cada una de las órdenes del jefe. «Sí, jefe, lo que usted diga», para acto seguido cumplir aplicadamente las instrucciones con la esperanza de ser aprobados.
He ahí la solución de todos los problemas de España: hay que emigrar siempre que se pueda hasta Alemania y una vez ahí purgar el pecado de haber nacido español. «¿Será posible la curación de semejante mal?», pregunta al cirujano la familia del enfermo (quien tiene un tumor en el cerebro). ¿Es viable la operación? En todo caso vale la pena arriesgarse, porque lo contrario implicaría ser español y no alemán, es decir, no ser digno de entrar en condiciones en el templo de la diosa Europa. Y eso es la muerte en vida.
Pep Guardiola, además entusiasta militante del independentismo catalán, acaba de cumplir el sueño de muchos españoles: tener un jefe alemán. No tenemos duda de que sabrá ser digno de semejante responsabilidad.
Manuel Llanes