Poco pan y mucho circo

El triunfo de las masas

Redacción | Domingo 19 de agosto de 2012

El legado del archiconocido Ortega y Gasset nunca pasó de moda. Sin embargo, hoy más que nunca podemos releerlo con especial atención. Para ello me referiré a parte de una de sus obras más conocidas: “La rebelión de las masas”.

Este ensayo fue escrito en la década de los años treinta del siglo pasado. En él Ortega avisaba de la ascensión del hombre-masa. Un hombre pobre, sin historia propia, cuya vida carece de proyectos y que tan sólo desea la libre expansión de sus deseos vitales, mostrando una profunda ingratitud hacia todo lo que ha facilitado su existencia. Un hombre que, en esencia, es pura potencia del mayor bien y del mayor mal, y que suele considerarse perfecto en su vulgaridad y no atiende a razones.



 

Tras el asentamiento del nuevo modelo de ciudadano, promovido por las revoluciones liberales y que sustituyó al mero súbdito, las masas comenzaron a tener acceso a unas mejoras de calidad de vida que, progresivamente, las hacían ser más conscientes de su significancia y las movía a preguntarse: ¿por qué unos pocos tienen lo que todos podríamos tener? Las minorías que hasta entonces gobernaban el destino de todos comprobaron cómo las masas se rebelaban contra la injusticia que, en muchos casos, no respondía a criterios de élite basados en la excelencia, sino en el vago criterio de pertenecer a una alta cuna o haber recibido una providencial herencia.

Así, el hombre-masa, que hasta entonces no había sido sino un súbdito inconsciente de su propio poder, empezó a usurpar, con o sin razón, el puesto que hasta entonces estaba reservado a las minorías. Minorías que, como ya he comentado, en algunos casos llegaron allí por méritos propios y en otros por caminos más oscuros, despreciables y oligárquicos.

Con todo, llegamos a un punto donde las masas y las élites dejan de estar tan separadas como en siglos anteriores, algo que tiene aspectos positivos  y negativos. El hecho de que las masas llegaran a cotas que hasta entonces estaban reservadas sólo a las élites hizo que estas se preguntaran: ¿qué podemos hacer para seguir distinguiéndonos de las masas sin llegar a enfrentarnos abiertamente a sus deseos? La respuesta parece obvia: dejemos que ellos obtengan lo que hasta entonces nosotros tuvimos… pero, para seguir diferenciándonos, debemos seguir teniendo más que ellos. No se trata de cantidad, sino de diferencia. Estamos ante un claro caso de inflación social donde lo que importa no es cuánto tienes, sino cuánto tienen los que están por debajo de ti. De esta forma, no importa que las masas aspiren a ser millonarias, siempre y cuando los que antes fueron millonarios ahora puedan ser multimillonarios.

Todos contentos. La rebelión de las masas: adolescentes, primitivas y descerebradas, pudo ser fácilmente aplacada por las élites. Es más, pudo hacerse sin tener que enfrentarse abiertamente a ellas y arriesgarse a ser destruidas en el intento de negarles lo que hasta entonces se les había prometido desde postulados liberales y (proto)democráticos.

Sin embargo, hay un problema que puede concretarse en el denominado “juego de suma cero”: no hay más de lo que hay. En tiempos de vacas gordas no existen obstáculos para estirar y estirar la cuerda, dejando que todos tengan más mientras las distancias se mantienen o incluso se incrementan. Pero todo tiene un límite.

Los sueños y las ilusiones con las que se alimentó a las masas: educación, sanidad, un futuro digno, etc. se han convertido en humo. La inflación social ya no es viable. La reducción entre las jerarquías sociales, más ilusoria que real, ha sufrido un revés económico que se ha transformado en un despertar social. El castillo de naipes se ha venido abajo y alguien tiene que pagar las consecuencias de todo este teatro. Las élites siempre tuvieron claro quién debería hacerlo: las masas.

Pero las masas ya no son tan primitivas, inconformistas y acríticas como lo fueron en tiempos de Ortega. Las masas ya no están compuestas exclusivamente por labriegos y pequeños empresarios sino también por científicos, ingenieros, abogados, médicos, maestros, etc. Su objetivo ya no consiste en usurpar el puesto de las élites, sino en impedir que las élites usurpen sus sueños y aspiraciones. En un mundo donde todos somos únicos e irrepetibles ya no existen las masas: todos somos parte de una élite que todavía ha de aprender a convivir en armonía y sin excesos: la humanidad.
La rebelión del hombre-masa se ha transformado en la indignación del ser humano. Y a esa transformación, ya alcanzada, como si de un torrente se tratara, no hay minoría que la detenga. Las élites alimentaron y criaron un ser que sólo se conformará cuando alcance un objetivo: su felicidad, que es la de todos. Toda actuación que no vaya encaminada a facilitar la felicidad de las masas será entendida como una traición a lo que un día se les prometió y, por tanto, tan sólo aumentará la crispación de una masa que ya está más que indignada.

En esa misma obra, Ortega habla de la altura de los tiempos y de la decadencia de ciertas épocas que ven que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Etapas que gozaron de una altura plena, definitiva, en la que se pudo haber alcanzado el final de un viaje. Por ejemplo, del “todavía no” que pudo haber sido la Edad Media se llegó al “por fin” que pudo haber sido el Siglo XIX. Tras un tiempo de plenitud siempre viene un tiempo de decadencia.

Nuestro tiempo, desgraciadamente, puede ser considerado actualmente como un periodo de decadencia pues, ¿quién no se cambiaría al tiempo de plenitud que, no hace mucho, denominábamos “Estado del Bienestar”?

Y es que el futuro, en efecto, ya no es lo que era… pero sí que puede ser lo que nosotros queramos que sea. Es posible que no lo veamos ni disfrutemos, pero lo harán nuestros hijos. ¡Qué mejor herencia! Hasta que no se consiga llegar de nuevo al tiempo de plenitud prometido, seguiremos defendiendo nuestros ideales mientras repetimos mentalmente, como si de un mantra se tratara, “todavía no”. El triunfo de las masas es inevitable. Tan sólo espero que las élites, cada vez menos preparadas en comparación con las masas, sean capaces de asumirlo y facilitar el camino que ha de sacarnos del modelo económico-social que nos ha llevado a este periodo de decadencia.

 

 

 

José Luis González Geraldo
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