No he podido resistirme, es más, no me sentiría plenamente conquense si tras una semana cargada de emociones, aun con el sonido de las horquillas retumbando entre las calles de nuestra ciudad, no escribiese sobre la fiesta que enorgullece y une a todos los habitantes de nuestra ciudad.
La Semana Santa de Cuenca es un ejemplo de cómo hacer de la necesidad virtud. No ha contado con los recursos de otras ciudades y muchas características estéticas se deben más a búsquedas ingeniosas de soluciones a problemas que a una planificación general.
No tengo completamente claro de que ésta sea puramente castellana, de hecho, no hay más que contemplar las imágenes de principios de siglo para ver que existía cierto gusto por lo barroco, por las tallas de vestir y por dotar a los pasos de cierta ornamentación y complementos, eso si, en la medida de lo posible, que francamente era poco.
De este modo, pueden apreciarse ciertas influencias levantinas en nuestras procesiones, con una variedad de matices considerable, donde desfilaban cortejos a caballo, se cantaban saetas o se tocaba música sacra, y con una personalidad totalmente marcada por las calles que recorren y el desnivel que salvan, que condiciona la forma de llevar los pasos e incluso el tipo de marchas procesionales.
Pero es después de la contienda donde queda configurada definitivamente la personalidad de nuestra Semana Grande, rápidamente, nuestras procesiones comienzan a configurar su personalidad en función de lo que tenían; una gran tradición histórica y devocional, numerosos hermanos en las cofradías, y eso sí, poco dinero. El resultado es una Semana Santa con aires castellanos pero con un sello propio y mucha más participación en las filas.
Este ha sido sin duda el camino que hemos seguido los conquenses hasta llegar aquí, convirtiendo nuestras debilidades en virtudes; por ejemplo, si no hay dinero, que la austeridad sea nuestra seña de identidad, que tenemos problemas de horarios, cambiamos los itinerarios pasando por lugares más atractivos al público.
Las hermandades han ido llenando huecos en las procesiones creando distintos momentos y pequeños gestos que enriquecen los desfiles, mantienen la atención a los espectadores y sirven como estímulo a los hermanos para que acompañen a las imágenes, solucionando el problema de los finales de las procesiones hasta convertirlos en uno de los momentos más esperados.
Al igual que lo han hecho hasta ahora, nuestras hermandades deben continuar ese camino de descubrimiento interno y de cristalización de su personalidad, deben diferenciarse sin perder la esencia, deben enriquecerse en detalles sin salirse del patrón, dentro del marco de la Junta de Cofradías, que es suficientemente amplio.
Desde mi punto de vista, todavía queda mucho camino que recorrer respecto al propio desfile procesional, por ejemplo, algunas hermandades podrían plantearse salir a la calle con otros tipos de acompañamiento musical como los que existían anteriormente; eso haría reducir el número de bandas de música y aliviar el presupuesto de la Junta de Cofradías, dotando a las hermandades que no tengan una gran tradición en bandas de música y que no disfrutan de ellas en muchas ocasiones de una personalidad distinta y más atractiva.
Este es sólo un ejemplo de que nuestra Semana Santa, a pesar de lo grande que es en la actualidad, tiene capacidad de mejora y crecimiento; muchos son los retos que se plantean, y sus soluciones están por escribir. Sólo un vistazo atrás basta para saber que los conquenses hacemos milagros con los recursos que tenemos.
Pablo Muñoz Miranzo
Twitter: @pmmiranzo