La semana pasada escuchamos al consejero de Educación, Cultura y Deportes, Marcial Marín, realizar una serie de declaraciones sobre el estado y el futuro de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) que, con tristeza y energía, quisiera debatir y matizar. Para ello utilizaré las citas literales recogidas por Europa Press.
En primer lugar, decir que la UCLM “tendrá que comunicar en próximas fechas decisiones complicadas” pudiera llevarnos al error de pensar que, hasta el momento, la universidad ha estado de brazos cruzados viéndolas venir, como si desde su torre de marfil la crisis le fuera indiferente. Nada más lejos de la verdad.
La UCLM, gracias al empeño de su personal, desde el primero al último, ha hecho y seguirá realizando un verdadero esfuerzo por ofrecer una educación de calidad a sus estudiantes. Lo ha hecho con los ajustes que ya llegaron y lo seguirá haciendo con los que queden por venir. No debemos malinterpretar esfuerzo y resignación.
Ante los ajustes, adaptaciones o presupuestos reversibles -elijan ustedes el eufemismo pero todos sabemos que son recortes- al personal de la universidad no nos queda más que resignarnos. Son tiempos difíciles y hemos de entenderlo. Sin embargo, el esfuerzo es algo que muchos ya conocen y que no necesita crisis alguna para darse a conocer. Es algo que muchos ponen en práctica todos los días para que, contra viento y marea, los estudiantes reciban una educación superior sin fisuras. Ahora bien, ¿qué hace que la educación superior sea, precisamente, superior?
Sin duda no es el acaparamiento y la especulación de la información que ya guarda Internet; educar no es transmitir. Tampoco lo es formar a los adolescentes para que entren en el mercado laboral; educar no se limita a instruir. A la cabeza –información- y a las manos –gestión de la información- les falta el motor principal: el corazón. No puede existir una educación superior sin que admitamos que antes de profesionales somos personas. Estamos educando a personas, a seres humanos con deseos y aspiraciones que no se limitan a las de sus facetas de ciudadanos o trabajadores.
Por ello lamento que considere que la UCLM debería mirar “hacia otras [titulaciones] que demandan los mercados en el mundo laboral”. Si usted cree que existe un excedente de titulados en humanidades, yo considero que la sociedad de nuestros días tiene una muy deficiente cosecha de humanidad. Algo que no será solucionado con la propuesta ofrecida.
No se trata de quitar o poner una u otra titulación, y que me perdonen mis compañeros de Humanidades a los que aprovecho para mostrar mi simpatía y solidaridad. No se trata de Humanidades, se trata de Humanidad. Se trata de pensar, tal y como ya lo hiciera Ortega y Gasset durante la primera mitad del siglo pasado, cuál es la verdadera misión de la universidad ya metidos en la segunda década del siglo XXI.
Por todo ello me pregunto: ¿debería adaptarse la universidad a un sistema que ha demostrado su mal funcionamiento?, admitiendo así su carácter reproductor, o por el contrario: ¿debería promover una educación más humana que ayude a las generaciones venideras a entender cómo evitar nuestros propios errores?, demostrando así su carácter transformador.
Lo admito. La realidad no es tan simple y dicotómica, por supuesto. Pero creo que mi argumento está tan claro como el peligro de caer en la pesadilla de transformar las universidades en Mc Universidades: clones fríos y oscuros que sólo producirán aquello que el mercado laboral requiera sin pensar si es bueno o malo para la sociedad y su progreso. Progreso entendido como equilibrio y no como una huida económico-tecnológica hacia adelante.
Señor Marín, señores políticos de uno y otro partido, creo que ya es hora de que reconozcan la verdad. Al igual que es la educación la que debe adaptarse al estudiante, y no al contrario, la universidad ni puede ni debe supeditarse a los dictados de las empresas. No si pretende seguir ofreciendo una educación superior.
Sus declaraciones son contraproducentes. No sólo por limitar el posible interés de los futuros alumnos por las carreras más afines a las ciencias del espíritu -¿quién se querrá matricular en una titulación estigmatizada?- sino también por sesgar la misión de la universidad y la de las personas que tenemos el placer y el gusto de trabajar en ella. Por ello, desde mi posición de persona y no de profesional de la educación, le pido humildemente que reflexione sobre lo dicho.
Nuestros hijos merecen ser felices sacando la mejor versión que llevan dentro, alcanzando toda la envergadura que sus alas puedan otorgarles y animándoles a compartir con el resto de personas sus vuelos y pasiones para que, de esta forma, el éxito sea común y compartido. Esa es, o al menos creo que debería ser, la verdadera misión de la educación superior.
Puede que piense que no soy más que un soñador, en el mejor de los casos, o un loco, en el peor. Puede que crea que vivo en el país de la piruleta de la calle de la sonrisa. Pero permítame, para terminar, recordarle de la mano del genial Chaplin algunos puntos que creo que son dignos de interés. En su discurso final de la película El Gran Dictador, nos dice:
“Más que máquinas, necesitamos humanidad; más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. […] La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana; exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros”
¿Puede prometerme que alcanzarán ese objetivo adaptando la universidad a las demandas de los mercados del mundo laboral? No me responda como político, por favor, respóndame como persona.
José Luis González Geraldo
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