Pues sí, Rajoy ha llegado para gobernar. El nuevo ejecutivo está dispuesto a no perder ningún tren más, a no dejar ninguna reforma por hacer, con la intención clara de que se podrá arrepentir de lo que ha hecho, y no de lo que no se ha atrevido a intentar. Un ejemplo claro es la reforma laboral, que cambia por fin el sentido y el paradigma de la legislación laboral del país desde hace casi un siglo. Muchos españoles no lo saben, pero el entramado legal en materia laboral que tan malos resultados nos está dando proviene nada más y nada menos del partido fascista italiano de Benito Mussolini, y aunque parezca mentira poco había cambiado hasta ahora.
No lo hizo en el período franquista, evidentemente; como estado autoritario y socialista de derechas que fue nunca tuvo incentivos de cambiarlo, hasta que, con la llegada al gobierno de los tecnócratas y la puesta en marcha de los planes de Estabilización, comenzaron a introducirse pequeñas mejoras que hicieron crecer a España como ahora lo hacen los países que abandonan parcialmente el socialismo como China o las regiones del sureste asiático.
Poco cambió el panorama con la llegada de la democracia. Rápidamente los sindicatos de clase ocuparon el puesto del sindicato vertical, sin variar en exceso el discurso anticapitalista, eso sí, en este caso claramente de izquierdas. Los gobiernos no tenían por tanto capacidad para cambiar las leyes a pesar de que ya por entonces era palpable el círculo vicioso al que se veían sumidos: a mayor paro, aumento de la protección laboral, lo que provoca a su vez más paro. Mientras Europa cambiaba su concepción de las relaciones laborales, en España apenas se daban pequeños pasos en la buena dirección que apenas recorrían el camino.
Esta es la razón de la enorme importancia de la reforma de este gobierno, ya que por fin conseguimos avanzar una gran parte del camino para acercarnos más a aquellos países que aún hoy en mitad de la crisis tienen pleno empleo. Puede que lo más llamativo de la medida sea la reducción de la indemnización por despido; en economía sabemos que las barreras de salida son barreras de entrada, por ejemplo, si queremos comprar un móvil, siempre elegiremos aquel que tenga un contrato de permanencia menor, y si ésta es de, por ejemplo, dos años, no lo compraremos a no ser que sea muy bueno.
En la práctica, muchas empresas con un balance saneado, no quieren contratar por miedo a que con el tiempo les vaya peor y no tengan flexibilidad para reestructurar la plantilla, y las que van mal no pueden despedir porque el coste les arruinaría, haciéndolo al final mediante EREs o sencillamente cerrando; a largo plazo esta medida asegura la viabilidad de muchas empresas, y por consiguiente la de la mayoría de sus trabajadores.
El pensar que los empresarios aprovecharán para despedir a gente supone la atribución a estos de una maldad intrínseca; nadie en su sano juicio contrata a personas para después despedirlas, igual que nadie compra un móvil firmando un contrato para, a continuación, cambiarse de compañía, por muy barata que sea la permanencia.
No cabe duda de que todavía nos queda camino por recorrer, por ejemplo, apenas se ha actuado sobre las cuotas de la Seguridad Social, el principal impuesto al trabajo que existe, siendo la española una de las más altas de Europa, aunque sí que se plantea deducciones para colectivos especialmente damnificados por la legislación laboral actual.
Bien es cierto que los países que bajaron las cuotas de la Seguridad Social aumentando los impuestos indirectos y que ahora tienen pleno empleo hicieron la reforma cuando podían, es decir, en un ciclo de bonanza con las arcas del estado saneadas. Nosotros en esa época estábamos en otros asuntos, cosas del Zapaterismo.
Pablo Muñoz Miranzo
Twitter: @pmmiranzo