Poco pan y mucho circo

¿Sociedad del Malestar?

Redacción | Domingo 02 de octubre de 2011

Reconocer que la polémica y candente Sociedad del Bienestar está en crisis, aquella que germinó durante el crack de la bolsa de 1929, no es nada nuevo. En realidad es algo que ya se discutía mucho antes de que Lehman Brothers anunciara su quiebra en septiembre de 2008 y diera el pistoletazo de salida de la crisis financiera que hoy estamos sufriendo.

Una crisis que no sólo pasa por afectar a la economía de la mayoría de países desarrollados sino que, además, ha mutado para transformarse en una crisis política y social. Así, ya no sólo debemos cuestionarnos el modelo económico que nos ha llevado a esta situación, sino también los valores y creencias más íntimos y personales del ser humano. El movimiento del 15-M, con sus indignados como estandarte, es un claro ejemplo de que estamos viviendo un momento histórico que va más allá de lo estrictamente económico. Un momento que algunos vaticinan como el comienzo del fin del imperio occidental tal y como lo conocemos.



Incluso existen algunas voces que hablan de la Sociedad del Bienestar desde un punto de vista peyorativo. Personas que cuestionan la idoneidad del adjetivo que le suponemos: bienestar. Así, estas voces defienden que lo que la Sociedad del Bienestar ha conseguido es, principalmente, enseñar a las generaciones que hoy intentan domar y someter a la crisis un modelo de vida fácil: basado en la superabundancia del ayer y que nunca se preocupó por la posibilidad de escasez del futuro.

En otras palabras, argumentan que las generaciones de hoy en día presentamos un nivel de resiliencia tan bajo que no nos permite afrontar la crisis con garantías de éxito. En definitiva, que la Sociedad del Bienestar nos ha malcriado al más puro estilo del abuelo que, por darle al nieto lo que él nunca tuvo, le enseña inconscientemente que la vida es más fácil de lo que realmente fue y será.

Estos supuestos son, como mínimo, políticamente incorrectos, pero no por ello faltos de lógica. En un mundo basado en la igualdad de oportunidades, en el que todos tenemos derecho a perseguir nuestros sueños –en América está garantizado incluso por ley- se empieza a cuestionar la capacidad del Gran Hermano. Cada vez es más evidente que los gobiernos tienen grandes dificultades para poder dar respuesta a las necesidades más básicas y elementales que sustentan a la tocada, pero no hundida, Sociedad del Bienestar del siglo XXI. Los recortes en educación pública –sin eufemismos- o las huelgas de farmacéuticos de las últimas semanas son un claro ejemplo.

Que la Sociedad del Bienestar está gravemente herida no es lo peor que le podía pasar; lo verdaderamente preocupante es que cada vez son más los que dudan de la necesidad de hacer los cambios necesarios para poderla salvar. Si, tal y como afirman algunos, la Sociedad del Bienestar es responsable parcial de nuestra incapacidad de actuación y respuesta, ¿Por qué deberíamos salvarla?

El problema se agrava todavía más cuando, revisando la literatura, podemos encontrar indicios que nos hubieran servido para prevenir esta situación como, por ejemplo, la siguiente cita de García Trujillo:

“Este modelo [la Sociedad del Bienestar] ha funcionado satisfactoriamente hasta los años 70, en los que se inició la crisis fiscal del Estado, que, con altibajos, no ha hecho sino acrecentarse con el paso de los años hasta el punto de que, hoy en día se acepta, de manera prácticamente unánime, la existencia de la crisis del Estado de Bienestar y el diagnóstico de sus dos urgencias básicas: la de la necesidad de mantener los contenidos fundamentales del mismo y la de su inaplazable adaptación a la nueva situación económica” (García Trujillo, 1994, p. 308)

Prestando atención al contenido de la cita, pero sobre todo al año de su publicación (¡1994!), es imposible no preguntarse: ¿Por qué nadie hizo nada entonces?... quizá estuviéramos demasiado ocupados pensando en el brillante futuro que, sin duda, debía de venir al encuentro de nuestros sueños. Unos sueños que hoy se han convertido en pesadillas para muchas familias que, por ejemplo, han perdido su hogar por no poder pagar una hipoteca que, en su momento, nadie cuestionó: desde las propias familias hasta los bancos que las otorgaron.

Sea como fuere, los daños colaterales que pudiera haber causado la Sociedad del Bienestar en su afán de mejorar la calidad de vida de todos no puede utilizarse como casus belli contra principios tan loables y básicos con la educación y la sanidad pública. Es posible que ese abuelo sea débil a la hora de decir no a su nieto, pero eso no lo convierte en un monstruo.

Estamos en un momento crítico en el que la Sociedad del Bienestar necesita que se le devuelva lo que siempre intentó darnos: seguridad. Esperemos que nuestros gobernantes, sobre todo a partir de las próximas elecciones generales, sean coherentes con los pilares y principios que se ganaron con tanto esfuerzo -y tantas vidas- tras la Segunda Guerra Mundial, dando como fruto la Sociedad del Bienestar.

 

 

 

José Luis González



1. García Trujillo, S. (1994). La Crisis del Estado de Bienestar. Ekonomiaz. Revista Vasca de Economía, 30, 278-309