«… nuestro pueblo es de una raza superior a la de la mayoría que forman España. Sabemos por la ciencia que somos arios. […] También tenderemos a expulsar todo aquello que nos fue importado de los semitas del otro lado del Ebro: costumbres de moros fatalistas».
Este alegato racista se debe Pompeyo Gener (1848-1920), quien lo pronunció en la presentación de la Semana Catalanista de 1900, dos años después de que España perdiera Cuba, desastre del que se resintieron muchas empresas catalanas que se beneficiaban de las medidas monopolísticas garantizadas por la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas, firmada en 1882.
De la victoria de Felipe V en la Guerra de Sucesión, también obtuvo importantes dividendos la burguesía catalana, al abrirse el mercado americano a sus manufacturas, razón que está en el origen del desarrollo industrial catalán al que también contribuyó Franco, ubicando en Barcelona la empresa estatal SEAT.
Semejantes atractores laborales, hicieron que muchos españoles se desplazaran a esa región en sucesivas oleadas. Sin embargo, con una oligar quía bien organizada -en plena Dictadura se funda el hispanófobo Ómnium Catalán-, la ideología catalanista no iba a ponérselo fácil a los «semitas», y con el racismo ario derrotado en la II Guerra Mundial, la lengua se erigió en un potente «hecho diferencial» que evitaba el engorroso trámite de seguir midiendo cráneos.
Con el dictador muerto, se retomó la celebración de la Diada, en la que se recuerda la derrota de los carlistas,-los partidarios del Archiduque Carlos- a manos de las tropas borbónicas, y que, siempre bajo el prisma nacionalista, representó la pérdida de libertades de Cataluña, las propias de una legislación feudalizante que privilegiaba a unos catalanes sobre otros.
Celebrada con gran solemnidad y quema de banderas españolas, a las que se sumó la del Rey en efigie, la Diada de este año vino precedida de una sentencia del TSJC que insta a la Generalidad a garantizar la posibilidad, hoy negada, de que los escolares puedan ser educados en la lengua de Cervantes. Las reacciones en Cataluña, han mostrado una unanimidad sólo rota por PP y Ciudadanos. Desde la Izquierda Republicana a la derecha católica representada por el cardenal Sistach y CIU; desde la Ministra de la Guerra, a algún charnego amontillado, todos han pedido la desobediencia, con el objeto de impedir que el español, allí llamado, con calculado tacticismo, «castellano», pueda ganar espacio en las aulas. Es, pues, muy probable, que la sentencia no se ejecute, máxime teniendo en cuenta la entrega al nacionalismo que siempre ha exhibido el Presidente del Gobierno. El debate, llevado al Congreso de los Diputados, así lo demuestra, con el PSOE y los nacionalistas a favor de la inmersión lingüística frente a la oposición de PP, UPN y UPD.
En cuanto al futuro, y ante un posible vuelco electoral, la incógnita es saber si el PP, que ya ha dado pruebas de su tibieza en esta materia –recuérdese a Fraga imponiendo el gallego, o los casos balear y valenciano- asumirá la realidad de que una lengua de carácter universal, el español, es una herramienta fundamental y un factor de cohesión nacional eficaz para poner freno a ideologías disolventes que en la lengua disuelven su doctrina antiespañola y sediciosa.
Comenzábamos citando a Gener. Terminaremos reproduciendo el final del pregón dado por Rafael Casanova el 11 de septiembre de 1714:
«…se confía que, como verdaderos hijos de la patria y amantes de la libertad acudirán todos a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su rey, por su honor y por la libertad de toda España.»
Iván Vélez