El cielo volvió a cerrarse sobre Cuenca un Martes Santo más. Como si las nubes guardaran su duelo, la lluvia y el granizo impidieron que El Perdón caminara por las empinadas calles de la ciudad. Por segundo año consecutivo, las puertas se abrieron con fe… pero no hubo procesión.
Desde primeras horas del día, las previsiones meteorológicas ya apuntaban a una jornada complicada. La inestabilidad hizo que las hermandades se reunieran a media tarde, junto con el presidente ejecutivo de la procesión y el presidente de la Junta de Cofradías, para analizar la situación. Ante la incertidumbre, se aplicó el protocolo previsto para estos casos, decidiendo esperar hasta las 20:00 antes de tomar una decisión definitiva.
Cuando llegó esa hora, la lluvia había cesado momentáneamente. Confiando en una ventana de tiempo favorable, se decidió iniciar la procesión. En El Salvador, los primeros acordes de los añafiles del Bautista marcaban el comienzo, mientras en otras iglesias los preparativos se intensificaban: Medinaceli descendía desde San Felipe, en San Andrés resonaban los cantos dedicados a la Esperanza, y en San Pedro se celebraba la misa de hermanos del Bautismo.
El inicio fue ágil. San Juan Bautista alcanzó rápidamente Solera, y tras él, María Magdalena salió con paso firme acompañada por la Banda de Las Mesas. Todo parecía desarrollarse sin contratiempos, aunque el ambiente comenzaba a tornarse más frío.
Pero apenas diez minutos después del inicio, justo cuando las hermandades tomaban posiciones clave en el recorrido —con Magdalena en el Jardinillo, el Bautista en la curva del Peso y Medinaceli comenzando su subida por Alfonso VIII—, el cielo descargó repentinamente. La lluvia vino acompañada de granizo, obligando a detener el desfile de inmediato.
La respuesta fue rápida y ordenada. La Magdalena volvió al Salvador, el Bautista fue recogido entre aplausos y vítores, y Medinaceli fue protegido con plásticos antes de regresar a San Felipe. En San Andrés se refugiaron músicos y hermanos, mientras que en San Pedro el Bautismo, un año más, no pudo salir.
La noticia de la suspensión fue comunicada oficialmente por los representantes de las hermandades en los distintos templos. La decepción era palpable, y los momentos posteriores estuvieron cargados de emoción. En El Salvador, se rezó una oración por los difuntos y por todos los que vivieron con tristeza esta nueva suspensión. En otros templos, los hermanos entonaron misereres y las bandas tocaron marchas solemnes ante las imágenes recogidas.
En San Andrés, como consuelo, volvió a sonar el Stabat Mater, y la Banda de Mota del Cuervo interpretó Mi Amargura para la Virgen, creando un ambiente de recogimiento muy sentido. Antes de abandonar el templo, los hermanos recogieron las flores de María Santísima, que este año lucía un adorno especialmente cuidado: rosas en tonos suaves, alstroemerias blancas y orquídeas cymbidium, que decoraban el frontal de las andas en lugar de las tradicionales velas rizadas.