Hay muchos motivos para sentirse a gusto. Estar dentro de la catedral de Cuenca siempre es agradable, con la sensación repetida de que en toda ocasión se aprende algo nuevo. Oír un concierto de órgano resulta altamente consolador; es un tipo de música que, pese a su aparente estridencia, ofrece al oyente tal cantidad de matices que el estímulo sensitivo resulta inevitable y estimulante. Encontrar un ambiente amable, un clima templado, un hálito de sosiego que parece aislarnos de la algarabía exterior, conforta el ánimo. Todo coincide (y quizá más cosas) para enriquecer la experiencia que, por muy repetida que sea, siempre viene a confluir en parecidas impresiones.
El verano de Cuenca se anima, desde hace unos años, por la singular iniciativa de ofrecer conciertos de órgano, unos en la catedral y otros en las iglesias de la provincia donde se ha conseguido recuperar sus antiguos instrumentos, casi todos en pertinaz silencio desde que fueron víctimas de variados desastres, que van de la guerra al expolio o a la desidia, males todos que, si además se concitan reunidos, derivan en ese continuado abandono de nuestro patrimonio. Nunca serán suficientes las palabras de reconocimiento que se puedan emitir hacia quienes vienen promoviendo la recuperación de esos venerables muebles con dos o tres siglos de veteranía, todos ellos bellísimos de apariencia y magníficos de sonoridad. La labor cuidadosa de los hermanos Desmottes está en casi todos y generosos patrocinadores, en casos mediante iniciativas y donativos particulares, en el impulso a la recuperación.
Entre ellos están los dos órganos de la catedral de Cuenca, al lado de la Epístola el grande, enfrente, al lado del Evangelio, el pequeño. Están preparados para sonar juntos, al unísono, pero la joven japonesa Mineko Kojima les extrajo la melodía alternativamente, ceremonia que, además, es muy entretenida para los oyentes espectadores, agrupados en su mayor parte debajo, en el propio coro antiguamente reservado a los canónigos y ahora de utilización por el pueblo llano, al menos para oír música. Que entre esos espectadores abundaran los visitantes ayuda a valorar la utilidad que estas iniciativas, coordinadas por la Academia de Órgano Julián de la Orden, tienen para dar a esta ciudad ese carácter soñado de receptáculo para la belleza y la cultura, un deseo que tantas veces se tambalea cuando se advierten otras cuestiones.
Pero no es ese el caso ahora. Verano en Cuenca, órganos en la catedral y en varios pueblos de la provincia. Un estímulo para estar aquí y para venir.
José Luis MUÑOZ