El Teatro Auditorio ‘José Luis Perales’, cedido por el Ayuntamiento de la ciudad para la primera gran cita nazarena del año, registró lleno absoluto.
“He titulado este Cartel ‘La inmensidad y el vacío’. Y he elegido este título, que se basa en un fragmento de un poema de José Ángel Valente, porque refleja la esencia de lo que he querido expresar”. Con un discurso sencillo y conciso, visiblemente emocionado y desde el corazón, desde la esencia misma de su obra, José María Albareda detalló para los presentes el significado de su obra, protagonizada por las hermosísimas manos que Federico Coullaut-Valera talló en la madera de la que gubió a Nuestra Señora de la Soledad de San Agustín. “Existía un término en el arte del Renacimiento italiano que me interesa destacar: Sprezzatura. Lo definió Baldasare Castiglione para expresar aquellas cualidades de la pintura vinculadas al misterio y a la importancia que sobre la obra ejerce representar algo que pueda acercarse a lo invisible. Vasari evocó esto mismo al hablar de la grazia” explicó Albareda.
El Cartelista reconoció que diseñar el Cartel de la Semana Santa de Cuenca “ha supuesto una experiencia estimulante y también un reto difícil de llevar a cabo”. Es por eso que, tras trabajar durante varios meses en el modelo “me di cuenta de que en esencia era un cuadro. Una composición con un marcado carácter narrativo. Me había limitado a copiar la apariencia de unas imágenes, pero no había penetrado en la esencia secreta de las emociones que representan. Había plasmado su aspecto externo, pero no revelaba ninguna verdad. El Cartel debe ser otra cosa”.
El Cartel, expresó Albareda casi como si reflexionara en voz alta, “al igual que cualquier obra de arte, debe sugerir más que mostrar. Debe primar el efecto de la primera impresión y ser a la vez sencillo y efectivo. Con los menos elementos, se debe revelar lo más”. Entonces, se planteó “que debía hacer una obra que resultase sugerente. Que resaltara el tiempo y donde el silencio adquiriera una especie de presencia. Transformar lo íntimo en algo monumental, de manera modesta. Con elocuencia, pero con apariencia sencilla. Y, sobre todo, que reflejara los instantes más decisivos de unos momentos trágicos. Una búsqueda de lo Absoluto en el vacío que lo envuelve todo”.
Y así, en esa búsqueda y casi por casualidad, el Cartelista llegó a las manos de Nuestra Señora de la Soledad de San Agustín mientras tomaba unas fotografías de la talla complementarias para su obra. Unas manos “que encierran todo un profundo pesar y a la vez imploran. Inspiran a la vez gravedad y sosiego. Las manos generan espacios y, al cerrarse, crean un centro de culto. Al ver tan cerca las manos de la imagen, comprendí inmediatamente que ahí estaba el motivo para el Cartel” confesó. Curiosamente y para reforzar su elección, el Cartelista recordó haber leído “que las manos conectan directamente con el corazón”.
Si las manos son el elemento protagonista y central, la luz y su contraste con la oscuridad logran “que la materia que compone la pintura de las manos genere una luminiscencia que trascienda”. La composición se completa “con una clara distribución central para intensificar los elementos protagonistas, el punto de máxima tensión”. Para José María Albareda, el objetivo del artista “es dar siempre un punto de vista inédito. Y el Cartel debe tener misterio, ya que el misterio genera energía. Y como dijo Zóbel: el propósito del arte es el descubrimiento y la evocación de una visión”.
El Auditorio otorgó un segundo y largo aplauso al Cartelista – quien dedicó su Cartel a su madre, recientemente fallecida – sin poder apartar en ningún momento la vista de su magnética obra.