La Junta de Cofradías de la Semana Santa de Cuenca ha presentado este viernes el cartel anunciador de 2022, obra de Enrique Martínez Gil, en un acto en el que se ha buscado volver a la normalidad tras dos años de suspensión de las procesiones a causa de la pandemia, y poder celebrar de nuevo esta Semana Santa de Interés Turístico Internacional.
La larguísima espera – pandemia mediante – finalizaba al fin al filo de las 20:30 horas, cuando el repostero de la JdC que guarda celosamente el gran secreto de cada Semana Santa caía, ayudado por Cartelista y presidente de la institución, para dar paso a un cartel concebido, en palabras de su autor, para constatar “que nuestra Semana Santa ha sido de algún modo la luz que nos ha iluminado en la oscuridad que hemos sufrido en este tiempo, esa luz que nos ha dado la esperanza de que todo finalizara pronto y volviera a ser como antes”. La ovación hizo temblar los cimientos del propio Auditorio.
Luz, trabajo callado, reconstrucción
“No hay mayor orgullo para un conquense que ama su Semana Santa y que la ha vivido intensamente desde siempre, que el poder representar a su ciudad con la imagen que encarnará su celebración más emblemática y querida”. Con estas palabras – y tras dedicar un recuerdo a sus padres y un agradecimiento especial a su mujer y a sus hijas – empezaba su discurso Enrique Martínez Gil, con el Cartel ya presidiendo el escenario del Teatro Auditorio y circulando entre la comunidad nazarena vía móvil y redes sociales.
Definido como un nazareno atípico, por lo libre – “Ni de fila, ni bancero, ni de acera, siempre moviéndose libremente por fuera de la procesión, para captar esos momentos que le han llevado a mostrar que hay otra Semana Santa” dijo de él su gran amigo y vicepresidente de la JdC, Antonio Abarca, al presentarle –, tuvo claro desde el principio que “no quería que mi cartel fuera una fotografía con letras: quería algo más que le aportara contenido”.
En esa búsqueda de lo esencial, han jugado un papel fundamental la conjugación del arquitecto y el fotógrafo, del profesional y el nazareno, de la forma y el fondo, de la imagen y el mensaje. Tomando como punto de partida “la fotografía en blanco y negro de un Cristo ‘sin apellidos’ al que despojo de cualquier referencia para que pueda ser representativo de toda una ciudad y de todas las hermandades que la conforman”, Enrique ha plasmado en su Cartel lo que define a Cuenca y su Semana Santa más allá de formas, lugares y tallas reconocibles: la luz. Una luz de un tono amarillo oro “que creo que es el color de Cuenca”, el color “de muchas de nuestras fachadas, de las luces de nuestras farolas, de nuestro otoño”.
Sobre la imagen de ese Cristo contorneado por la luz, sobre fondo neutro y texturizado con los yesos fisurados, añejos, de las fachadas del Casco Antiguo, se superpone una trama arquitectónica “que me genera una serie de triángulos que pueden entenderse como una imagen fragmentada, un puzle compuesto por fotogramas que en sí pudieran tener entidad propia”. Y es a partir de esta trama que el Cartel adquiere todo su significado, pues en esa trama que refleja el homenaje de Martínez Gil a los artistas abstractos que dejaron su impronta en los vitrales de la Catedral se desarrolla su ensayo sobre la luz en la Semana Santa.
Explicó el Cartelista que “buscaba una imagen sencilla de leer, en dos tonos sobre fondo neutro, sin artificios que distrajeran del mensaje principal y con un lenguaje cercano a la cartelería publicitaria”. En su sencillez, el Cartel de la Semana Santa de Cuenca de este año expresa todo lo fundamental: la influencia de Cruz Novillo, Antonio Saura, Miguel Zapata o Miguel Ángel Moset; el homenaje del Cartelista a Luis Marco Pérez, el recuerdo a un 2021 huérfano de Cartel (por eso, el de 2022 presenta las dos fechas), la perspectiva del nazareno cuando mira el paso desde el suelo.
Y, sobre todo, la verdadera esencia que hace de nuestra Semana Santa ser lo que es: “El trabajo desinteresado y anónimo de mucha gente”, que queda representado en el cartel “por los 24 triángulos resultantes de la trama, 24 meses de espera impaciente y que se ha hecho larga desde el último redoble de tambores de 2019” contaba el Cartelista. Veinticuatro triángulos que representan a todos y cada uno de los actores de la Semana Santa en una visión general que hace comprender “sin ninguna duda que todos ellos son necesarios y complementarios para comprender el conjunto”. Veinticuatro triángulos, algunos de ellos hechos de vacío, que son más que el recuerdo a todos aquellos nazarenos a quienes hemos perdido durante la pandemia: son la constatación de que “aunque nos falte una parte esencial, podemos recomponer la imagen con la ayuda del resto y seguir entendiéndola como completa”.
Luz, trabajo callado, sencillez, homenaje, ausencia, reconstrucción. Un Cartel para observarlo detenidamente, meditarlo, sentirlo y guardarlo en el corazón… siguiendo el ejemplo bíblico de María.