Comenzó muy pronto. El reloj, con su parsimoniosa cadencia y precisión suiza, sonó como todos los días, a las 7:00.
Como un resorte y en aras de no molestar por el molesto desperezar, echaba a andar el día en el solo estaba en mi mente esa patria chica a la que siempre anhelo en volver.
Repaso rápido a la prensa, a las redes sociales y un buen trago de vivencias pasadas de tiempos no tan lejanos pero añorados como siempre.
Hoy es 13 de septiembre y no puedo dejar de pensar en volver y sentir Priego.
Ya son las 7:40 y toca confraternizar con los parroquianos asiduos al amargo néctar del café.
En la octava hora del día, ni el café es suficiente de calmar la ansiedad ni los nervios. Es el inicio de de una jornada frenética .
Llegan las 8:30 mientras "ficho" aunque me invade el regocijo de empezar a laborar.
Las naturales y cotidianas problemáticas, parecen que hoy serán la tónica general. Sigo pensando en Priego y mi mente se evade de cualquier controversia.
Sobre las 10:30 la ansiedad es evidente mientras apuro el segundo café del día. Sigo pensando en Priego, en el pregón y en los reencuentros.
La parada para el necesario avituallamiento de las 13:30, me hacen coger impulso y fuerzas para afrontar las últimas horas de trabajo. Sigo pensando en Priego mientras los nervios y el cansancio se apoderan de mi realidad.
Ahora son las 15:30 y regreso al tajo. Sigo pensando en Priego, en la verbena y en los toros de fuego.
Con la tranquilidad del deber cumplido, son las 18:30 y las obligaciones laborales finalizan. Sigo pensando en Priego, en sus gentes y en las personas que desgraciadamente ya no están con nosotros.
Ya no puedo esperar más, son las 19:15 cuando comienzo el peregrinar a la tierra que me vio nacer y crecer. Sigo pensando en Priego, en nuestro alcalde y en los concejales del ayuntamiento.
El tiempo apremia pero por fin estoy a los pies de este pequeño pedacito de cielo. Sigo pensando en Priego, en su pregonero y su discurso.
Comienzan los reencuentros, los abrazos y los besos.
Por fin estoy en Priego mientras me mimetizo en sus calles engalanadas y repletas de vida.
El reloj marca la hora estipulada para que comience el acto con el que damos comienzo a nuestras fiestas más entrañables.
Cientos de personas se arremolinan en la plaza Condes de Priego bajo un cielo amenazante de deslucir tan solemne ceremonia
Inma, acertadamente ataviada, es la encargada de presentar a las bellas damas de honor de las fiestas que van bien acompañadas por nuestro alcalde y sus propios padres.
Se imponen las bandas de honor y ya se palpa en el ambiente que está será una velada de emociones.
A continuación, nuestro querido y debutante alcalde, se dirige a todos los congregados que esperan sus palabras.
Salvador, Chencho para todos, comienza haciendo pedagógica sobre la convivencia, participación e inclusión para que nuestras fiestas sean las de todos.
Pero se le quiebra la voz, y es cuando recibe su primer aplauso de una plaza que está entregada en arropar a una persona que en muy pocos meses se está ganando a pulso el respeto.
Sigue Chencho, con la emoción en aumento, agradeciendo nuestra presencia en todos los actos para confraternizar y ahondar en lo mucho que nos une.
No importa que se le vuelva a quebrar la voz varias veces, su emoción ya ha contagiado a muchos de los presentes que no ya pueden disimular las lágrimas mientras reconfortan con sus aplausos a nuestro novel alcalde.
En buena manera, la empatía que mostraron ayer las gentes congregadas en este acto, es la prueba evidente de lo importante de este particular reencuentro.
Nuestro artesano pregonero, Jesús, o el Torerillo, hijo de Priego y descendiente de una larga estirpe de alfareros, nos hizo vibrar con un discurso sencillo y emocionante.
La calidez de la palabra y las múltiples citas de nuestro genial poeta, Diego Jesús Jiménez, hicieron que los corazones de todos los asistentes fueran tan solo uno.
Jesús, agradecido por el momento y por la asistencia tan multitudinaria, aseguró que para el era un momento único e irrepetible.
La emoción era un torrente que hizo que también se le quebrara la voz a medida que describía circunstancias personales. Nada importaba, al igual que a nuestro alcalde, cada vez que por la emoción no podía seguir, recibía un sonoro aplauso como reconocimiento a lo mucho que nos estaba dando esa noche.
El final de su pregón fue el culmen de una velada para el recuerdo y que nos dejó con las pilas bien cargadas aún a costa de derramar decenas de lágrimas y suspiros.
Jorge Juan Orusco Pérez