¿Y ahora, qué? Ahora toca esclarecer, reconocer, criticar y tomar partido. Procuraré explicarme por medio de un discurso compendioso, en el que cada una de estas acciones se siga coherentemente de la anterior, a fin de ofrecer una visión exhaustiva del problema al que nos enfrentamos, así como una posible vía de salida.
1) Esclarecer la situación en que se halla España tras los comicios del pasado 27 de septiembre en Cataluña; es decir, dilucidar lo confuso del baile de datos, declaraciones y opiniones contrapuestas que empezó ya durante la noche electoral. Los gurús del «procés», entre sonrisas impostadas y palabras masculladas, celebraban en Barcelona una victoria pírrica e insuficiente ante una muchedumbre enardecida al grito de un sol poble (Ein Volk, en lenguaje del tercer del Tercer Reich), aunque ahora la pretendida legitimidad no viene de la raza sino de un supuesto hecho diferencial de sesgo cultural, que los próceres sediciosos no dejan de reivindicar. Por su parte, los socialistas del bailongo Miquel Iceta, equilibristas del contigo pero sin ti, aplaudían los peores resultados de su formación sin que se les cayera la cara de vergüenza. Pablo, el indio de la izquierda, tampoco parecía excesivamente avergonzado, a pesar del estrepitoso ridículo cosechado, fruto de una campaña en la que rozó la transgresión del principio lógico de no contradicción; a través del falaz «derecho a decidir», un simultáneo sí y no a la independencia. Mientras, el desdichado García Albiol, cuyo peor enemigo vino a hacerle la campaña desde la calle Génova de Madrid, apenas pudo salir por la tangente de la consabida pluralidad catalana. Y por último, sin perder un ápice de coherencia –lo cual en sí mismo no supone un valor– las CUP, que entre llamamientos a la desobediencia y al incumplimiento de las leyes, se apresuraban a advertirle a Mas que no encontrará expedito el camino a la presidencia de Generalitat.
2) Reconocer las agallas de una amplia mayoría de nuestros compatriotas catalanes para plantar cara al régimen despótico que impera en Cataluña, aglutinándose principalmente en torno al partido de Albert Rivera, a pesar de la ponzoña ideológica que supuran los medios de comunicación y la administración autonómica; a pesar de la presión a la que viven sometidos los que tienen un negocio allí; a pesar de ser tratados como disidentes apestados; a pesar de que sus hijos que no puedan estudiar en español; a pesar, en definitiva, de no ser más que ciudadanos de segunda a todos los efectos. Y quien repita aquello de que «si se quieren ir, que se vayan» es un necio.
3) Criticar en el sentido original del término, es decir, en el sentido de «analizar», «cribar», «separar» o «discernir», más que como emitir una valoración desfavorable. En suma, distinguir las ideas que subyacen en el asunto que nos ocupa. A mi juicio, lo primero que habría que explicar es que el nacionalismo no es un fenómeno reciente, sino una corriente ideológica que tiene sus orígenes en el siglo XIX, y que se ha gestado y desarrollado siempre contra España. Lo segundo, que no se ha llegado a la situación actual por azar o capricho de los políticos nacionalistas de hoy, sino como producto de un plan bien trazado desde esos orígenes decimonónicos, que a su vez obedecía a unos objetivos igualmente bien definidos –consúltense, sin ir más lejos, las bases 6ª, 7ª, 8ª y 9ª del texto Les bases de Manresa de 1892–. Lo tercero, que la indolencia o la connivencia de sucesivos gobiernos de España no ha hecho más que alentar esos históricos anhelos separatistas. Y lo cuarto que habría que explicar es que nos hallamos, como resultado de todo lo anterior, ante una anomalía o aberración política que tiene un alcance español, que nos atañe a todos. Un verdadero problema nacional que exige:
4) Tomar partido, dar una respuesta. ¿Para qué? Para el mantenimiento o conservación de nuestra sociedad política, que es la esencia última de toda acción propiamente política. Esto se explica bien a través del concepto clásico de eutaxia, traducible por «buen orden»; un concepto presente ya en la Política de Aristóteles, y al que me he referido en alguna otra ocasión. Eutaxia dice, en un contexto formalmente político, el buen ordenamiento necesario para durar o conservarse en el curso del tiempo, en donde «buen», muy lejos de cualquier marco religioso, moral o ético, viene a significar capacidad, virtud o potencia.
¿Y cómo articular una respuesta orientada hacia la eutaxia? En primer lugar desprendiéndonos de toda esa mitología perniciosa que envuelve nuestra Historia, fruto de la ignorancia oceánica de algunos y de la mala asimilación de ciertos episodios; particularmente del franquismo, del cual hay que hacerse perdonar cada día porque sigue operando en muchos españoles a modo de mito oscurantista. Acaso sólo bajo el influjo de esa mitología se explica que un sujeto tan despreciable como Sabino Cuadra (diputado de Amaiur) arranque varias páginas de nuestra Constitución en el Parlamento sin recibir más que tímidos abucheos; o que la alcaldesa de la segunda ciudad más poblada de España considere racista exhibir en el balcón de su Ayuntamiento la enseña nacional; o que se galardone con el Premio Nacional de Cinematografía (dotado con 30.000 euros) a un botarate pro napoleónico que aseguró no haberse sentido nunca español, sin que nadie lo sacara de la sala de un puntapié en el tafanario. Y tal vez sólo bajo esa influencia pueda explicarse, en definitiva, la enfermedad endémica que sufre nuestra izquierda con respecto a la idea de España, así como tantas otras insidias e iniquidades que socavan la unidad de nuestra nación política. Es por ello que resulta tan perentoria como conveniente esta especie de catarsis, esta forma de purificación mental o purga de las pasiones a la que hizo referencia Aristóteles en su Poética. Únicamente después de la misma cabría la posibilidad de tomar partido, de dar esa respuesta orientada a la eutaxia (el fin ambicionado).
En lo sucesivo, es muy plausible que intenten inocularnos mayores dosis de diálogo sedoso y encaje catalán a modo de lenitivo, que veamos muchos políticos puestos de soslayo para no salpicarse, y que escuchemos toda suerte de devaneos federalistas. Pues bien, a mantenerse despejados y firmes, haciendo acopio de las cuatro virtudes cardinales platónicas –Prudencia, Templanza, Fortaleza y Justicia– para salvar la situación. No será fácil, pero si han sido capaces de descubrir agua en Marte…
Francisco Javier Fernández Curtiella.