Escribía F. Engels (1820-1895) que «todo lo que mueve a los hombres tiene que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que adopte dentro de ellas depende en mucho de las circunstancias». Las ideologías –aquellos conjuntos de ideas que pasan por nuestras cabezas– eran para el materialismo histórico marxista un «producto social» que, en cualquiera de sus distintas formas o manifestaciones (religión, filosofía, arte, derecho, etc.), no describía de un modo adecuado al hombre y sus condicionantes. Así, toda ideología implicaba una deformación de la realidad, una «falsa conciencia», que era la consecuencia directa del interés de la clase dominante por mantenerse en su privilegiada situación de dominio. En su obra La ideología alemana (1845) Marx y Engels sostenían que «las ideas de la clase dominante son, en todas las épocas, las ideas dominantes». Ambos consideraban que la clase dominante disponía no sólo de los medios de producción material, sino también del control y producción de la cultura (de los «bienes espirituales»), por lo que las ideas que imperaban en una sociedad determinada eran siempre aquellas que convenían a esa clase dominante.
De este planteamiento cabría inferir que toda ideología encubre una oposición entre clases sociales contrapuestas, un enfrentamiento entre las representaciones que cada una de ellas tiene de su lugar en el mundo y de sus intereses y aspiraciones. Cuando esas ideologías convergen de un modo ambiguo y poco sistematizado –y, desde luego, nada crítico– tenemos como resultado lo que el materialismo filosófico denomina nematologías. Organizadas casi siempre en torno a instituciones religiosas, militares, sociales o políticas, estas nebulosas ideológicas tienen un carácter totalizador y expansivo que acaba disolviendo la capacidad de autocrítica que inicialmente pudieran contener. Sobre ellas convendría preguntarse si acaso no actúan también en nuestros días como una falsa conciencia.
Parafraseando ahora el inicio del Manifiesto comunista, diré que una pestilente nebulosa ideológica recorre España: las nematologías fundamentalistas. Me refiero, precisando, a todas esas ideologías que se entrelazan perniciosamente fundamentadas en supuestas ideas puras –como Democracia, Igualdad, Paz, Justicia social, Nación Pluralismo, Diálogo, Voluntad popular, etc.– las cuales, sin sus correspondientes determinaciones, no son más que pura ficción, puro idealismo. Sin embargo, el persistente hedor a nematología se extiende hoy por doquier sin recato alguno. Apesta a nematología, por ejemplo, la justificación del boicot al cantante judío Matisyahu en el festival Rototom Sunsplash de Benicasim que excretó Podemos con estas palabras: «Es natural que el Rototom, que ha sido un festival que durante 22 años ha promovido la cultura de paz y solidaridad, y que este año tenía la reflexión sobre la violación de Derechos Humanos en el Sáhara Occidental como uno de sus temas centrales, se tome en serio la coherencia con sus valores». Hieden igualmente a nematología –por seguir con otros ejemplos estivales– las declaraciones de Germà Gordó en la Universidad Catalana de Verano, propugnando la creación de un Estado propio para Cataluña, «sin olvidar la Cataluña norte, la Franja de Aragón, las Islas [Baleares] y el País Valenciano»; o la venta de un DNI catalán para obtener descuentos en tiendas independentistas; o que el Ayuntamiento de Barcelona se plantee la posibilidad de incorporarse a la AMI (Asociación de Municipios para la Independencia); o que un personaje tan chusco y ridículo como Karmele Marchante incite a la desobediencia civil en Cataluña; o que la monja Sor Lucía Caram intervenga en campaña política suplicando una república catalana en la que «nos queramos como hermanos»; o que el petulante Mas se compare con Lluís Companys en un artículo publicado en el diario francés Liberátion.
El tufo a nematología no se queda en Cataluña, pues también se percibe con intensidad en otros lugares de España: en la subvención de 1700 euros que Eneko Goia (PNV), alcalde de San Sebastián, con el apoyo de los socialistas, ha concedido a la asociación cultural de Pepe Rei –el que fuera redactor jefe del diario abertzale Egin– para llevar a cabo un proyecto que reivindique a las víctimas del Estado español; o en el brindis en favor de los presos de ETA al comienzo de las fiestas de agosto del municipio navarro de Burlada; o en la turbia y confusa respuesta del gobierno socialista de la Comunidad Valenciana ante los envites del pancatalanismo; o en los diversos argumentos esgrimidos en la reavivada «guerra del agua» por el trasvase del Tajo al Segura; o, finalmente, en los motivos que alentaron la violenta agresión a la candidata de Vox en Cuenca, y en la indiferencia mostrada por una buena parte de prensa de nuestro país.
Parece claro que las distintas nebulosas ideológicas que se entretejen en la España de hoy operan como falsa conciencia. Ahora bien, como se preguntarían Marx y Engels, ¿a qué clase dominante favorecen? ¿Cuál es el qui prodest de todas estas nematologías?
Francisco Javier Fernández Curtiella.