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Acerca del autoengaño

Acerca del autoengaño

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
martes 04 de agosto de 2015, 22:16h

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Por definición, engañar consiste en «inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas» (RAE). Si a este verbo le añadiésemos el prefijo auto, que significa «propio» o «por uno mismo», el término resultante –autoengañar– lo deberíamos definir como la persuasión o inducción de uno a sí mismo, a fin de dar certeza a lo que no la tiene. No obstante, esta posibilidad –no reconocida por la Real Academia Española– sólo tendría cabida en un plano estrictamente morfológico, puesto que carece por completo de sentido. Dicho de otro modo, en el plano semántico nos hallamos siempre ante una contradicción, un imposible o un absurdo. ¿Podría alguien tener por cierto algo que no lo es, a sabiendas de que no lo es? Nada puede ser cierto y no cierto simultáneamente en la conciencia de alguien. La palabra autoengaño es, pues, una mera ficción lingüística sin contenido efectivo, que, sin embargo, está muy incrustada en el vocabulario de nuestra sociedad. Y en especial en el ámbito político, donde parece funcionar con mucha frecuencia a modo de subterfugio a la crítica, o sencillamente como una manera cómoda de eludir las consecuencias de enfrentarse con el fondo que subyace en lo que en dicho ámbito acontece.

 

 

Así, el autoengaño serviría, por ejemplo, para ver en la propuesta del consistorio madrileño de cambiar los nombres de las calles y plazas que supuestamente evocan el franquismo, un genuino gesto de talante democrático y no otra recalcitrante muestra de ideología cainita. Y de paso, para tener por auténticos renovadores a esos gestores recién llegados en nombre de una mayoría social inexistente, y a la alcaldesa por una política independiente y no por una marioneta de Podemos. El recurso del autoengaño permitiría, además, no cuestionarse las aviesas implicaciones inherentes a la puesta en marcha de la página web Versión original, cuyo objeto último, mal disimulado, es el control de los medios de comunicación; algo que, por lo demás, no resulta novedoso en los regímenes totalitarios.

Del mismo modo, por medio de la ficción del autoengaño, se podría explicar que algunos justifiquen la retirada del busto del rey Juan Carlos I del salón de plenos del Ayuntamiento de Barcelona, y que compartan con la alcaldesa activista Ada Colau que su presencia (desde 1976, año en que fue sustituido el busto del anterior Jefe del Estado) constituya una «anomalía» derivada de la «sobredimensión de la iconografía monárquica». En el fondo, toda una evasiva mezquina para no pensar en lo que implica el incumplimiento de la ley.

El artificio del autoengaño también valdría para considerar las elecciones del 27 de septiembre en Cataluña como algo distinto a una descarada maniobra destinada a mantener la tensión secesionista en una sociedad carcomida por décadas de propaganda nacionalista, corroída por una educación en el odio a España, raída por el desvergonzado falseamiento de la Historia, y cautiva por el embeleco del inane «derecho a decidir». Perseverando en el autoengaño podríamos asimismo tener por inocente e inocuo el hecho de proclamar que se «se está a punto» para crear una Hacienda propia –o un ejército, como ya se ha insinuado en alguna otra ocasión–. Y añado: ¿cómo autoengañarán los catalanes que sepan que más de 1500 empresas ya han abandonado Cataluña para refugiarse en Madrid?

Más autoengaño valdría para ver como una salida a este albañal independentista al partido de Pablo Iglesias, quien sostiene que «donde hay un sentimiento nacional hay una nación», y que «los instrumentos jurídicos luego son muy variables». Por «variables» un déspota entiende siempre según me convengan.

 

Otra buena dosis de autoengaño, ahora de cuño socialista, para persuadirse de que una reforma del Estado de tipo federalista sería la panacea para el problema nacional. Explicar lo que significa el término federalismo… bueno, eso ya lo harán en otro momento (si las luces les alcanzan). Y finalmente, cabría preguntarse también si no se estarán autoengañando quienes crean en las palabras del presidente del Gobierno al afirmar que el Estado activará todos los resortes necesarios para evitar la secesión de Cataluña.

 

Pero como el autoengaño es contradictorio, una pura ficción, o estamos ante los subterfugios de quienes buscan una evasiva airosa para no tener por cierto lo que lo es, o estamos ante quienes tienen por cierto lo que no lo es. Y no sé qué es peor…

 

 

Francisco Javier Fernández Curtiella.

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