El nombramiento del conquense Jesús Carrascosa Sariñana como Viceconsejero de Cultura en el seno del gobierno regional debe producir un amplio sentimiento de satisfacción a la vez que de esperanza en el conjunto de la ciudadanía pero de manera singular en el de quienes nos dedicamos a ese ámbito tan genérico a la vez que difuso que llamamos “Cultura” y que, en realidad, debería importar a la totalidad de la ciudadanía. Cultura es un concepto, un departamento que, en los orígenes de la Junta de Comunidades estuvo siempre vinculado a Cuenca. Recordemos al primer consejero, todavía en tiempos de UCD, Antonio Rodríguez Saiz, y a quienes le siguieron, ya con el PSOE, Ángel Luis Mota y Vicente Acebedo. Parecía entonces que la Cultura era cosa de Cuenca y que esta tierra, la ciudad y la provincia, estaban llamadas a ser el motor que habría de tirar del desarrollo de una política cultural llamada a introducir enormes cambios organizativos y estructurales en los comportamientos habituales de los castellano-manchegos. Luego las cosas se torcieron, los conquenses desaparecieron del organigrama no sólo de la consejería de Cultura sino del total de la Junta de Comunidades (recordemos: en el último gobierno regional no hubo ni una sola persona procedente o vinculada a Cuenca), al tiempo que ese concepto quedaba minusvalorado para integrarlo en Educación, de manera que siempre, sin excepciones, el consejero de turno dedicaba sus afanes y medios al primer componente del título de la consejería, quedando el segundo, la Cultura, como el hermano pobre siempre desatendido. Y si esta afirmación parece exagerada basta con echar un vistazo a lo ocurrido en el desastroso cuatrienio que ahora termina, a cargo del consejero Marcial Marín que si ha sido nefasto para el sector educativo (hay que valorar la prontitud con que el nuevo gobierno está empezando a enderezar el desastre heredado del anterior) ha resultado verdaderamente catastrófico para la Cultura, reducida a niveles tan degradados que produce pena contemplar el páramo resultante.
No caeré en la fácil tentación de encomiar aquí los méritos y virtudes del nuevo viceconsejero, a pesar de que tiene una bien acreditada trayectoria profesional en el ámbito de la gestión cultural, durante su larga estancia en la Diputación de Cuenca y en la Fundación Antonio Pérez. Afrontar ahora la problemática a nivel regional es algo totalmente distinto y cuenta en su contra con que el desmantelamiento producido en los últimos años le obliga a acudir, inicialmente, a recuperar el tiempo y los proyectos perdidos antes de poder afrontar otros nuevos para poder reanudar el camino de progreso que se había emprendido antes. En este terreno yo diría que se le ofrecen, como decisiones irremplazables a corto plazo, dos que tienen mucho que ver con Cuenca: reactivar las bibliotecas públicas, masacradas durante esos cuatro años en los que no ha habido ni un solo euro disponible para ellas, obligando al cierre de muchas y devolver al Teatro-Auditorio de Cuenca su condición de miembro de la Red de Teatros, de la que fue expulsado por la anterior consejería mediante el miserable pretexto de una añagaza burocrática.
Son dos cuestiones por citar alguna, dentro del amplísimo repertorio que sin duda el viceconsejero Carrascosa tiene en mente y a cuya puesta en marcha iremos asistiendo, estoy seguro, en los próximos meses. Y que hará posible, también lo creo, que Cuenca recupere el papel protagonista que tuvo en sus inicios y que ha ido perdiendo entre torpezas y desvaríos.
Sólo una cosa más puedo y debo decir. El nombramiento es una satisfacción para las gentes de la Cultura (insisto: todos estamos ahí, aunque muchos no lo sepan), es un honor para Cuenca pero también un reconocimiento para la persona de Jesús Carrascosa, que durante los últimos años ha sido víctima de un agravio profesional injustificado e injusto. Al final del túnel, como se suele decir, siempre se ve la luz.
José Luis MUÑOZ