El lector aficionado al futbol que haya visto partidos del Mundial lo habrá notado: cuando el portero de la selección rival lleva a cabo un saque de meta, los hinchas mexicanos gritan al unísono: «¡Puto!». La palabra, que en una de sus acepciones es una forma de designar a los homosexuales, ha sido interpretada como homofóbica, de ahí que activistas en defensa de los gais ahora llamen la atención acerca de la necesidad de censurar con más energía ese grito.
No voy a defender aquí a ultranza una práctica que ofende a una parte de la población: supongo que los tiempos han cambiado lo suficiente para sancionar como incorrecta cualquier palabra que se juzgue inapropiada, aunque dudo mucho que los miles de seguidores de la selección que insultan al portero rival puedan ser tachados, sin más, de homofóbicos. Es decir, creo que se exagera.
Sin embargo, tampoco hay que minimizar las inquietudes de quienes se suponen insultados en sus derechos más elementales por una porra futbolera. Los tiempos cambian, decía, y tal vez sea oportuno reflexionar si es necesario buscar otra forma, menos polémica, de apoyar a la selección.
Lo que me parece poco oportuno es la pretensión de que nuestra sociedad evolucionará positivamente en nombre de prohibiciones inspiradas en los dogmas de la corrección política. Mucho mejor sería suponer que los cambios que se quieren (la plena integración de los homosexuales en esos sectores de la sociedad donde son rechazados) sean impulsados por medio de otro tipo de medidas.
Con frecuencia se dice que la educación es la panacea a muchos de nuestros problemas, lo cual más que falso es inexacto, porque se asume que la educación (así, sin adjetivar) es de por sí un proceso que solo puede ser positivo. Sin embargo, lo importante es el contenido de la educación, que debe estar orientado a la perseverancia en el ser de la nación política. Es decir, la educación puede destruir, como ocurre de hecho en la España de las autonomías, en la cual se promueve el independentismo de forma sistemática.
Si al hincha de futbol se le hace fácil gritar determinados insultos como si nada, hay que hacerle saber que ciertas personas encuentran esos gritos vejatorios. No obstante, cuando digo educación pienso en un proceso multilateral: a los homosexuales que se dicen ofendidos hay que explicarles que el grito en cuestión no va necesariamente orientado a su humillación como colectivo, porque de entrada es solo una manera (no sé si muy efectiva) de tratar de desconcentrar a un jugador adversario.
Repito: sería injusto decir que los miles de hinchas que gritan esas cosas son, por tanto, homofóbicos. Muchas opiniones negativas acerca del futbol provienen de la ignorancia de sus dinámicas, aunque no digo que sea el caso. Lo que propongo es un mutuo acercamiento, tanto del futbolero hacia la sensibilidad ajena como del homosexual hacia la pasión (a veces excesiva, si se quiere) del futbol, en caso de que no la comparta. Desde luego entiendo que muchos homosexuales son seguidores del futbol. O jugadores, claro está.
Ahora, lo que me parece de plano un despropósito es la actitud de ciertos homosexuales mexicanos, quienes en la prensa y las redes sociales promueven que no se apoye a la selección mexicana en su próximo partido, sino a su rival, Holanda (escribo esto antes del domingo 29, fecha del encuentro); algo que me recuerda la actitud de los catalanes independentistas durante el Mundial de Sudáfrica, cuando decían apoyar también a los holandeses.
Es curioso como la “modernidad” significa para algunos darle la espalda al país de origen, aunque sea simbólicamente. No es por medio del entreguismo a los extranjeros como se mejora el país propio, pero, ya se sabe, los traidores por lo general piensan exactamente lo contrario.
Manuel Llanes