El 12 de febrero, la oficina del Registro Civil del Estado de Sonora, al noroeste de México, publicó una lista de nombres prohibidos, de acuerdo con la nueva ley aprobada en diciembre pasado, con la idea de prevenir que los niños de nombres considerados extravagantes se conviertan en objeto de burla; o «bullying», como se acostumbra decir en estos días. Así, nombres como Escroto y Circuncisión quedaron proscritos y los padres que deseen registrar con ese nombre a sus hijos tendrían que ampararse.
La lista, que asciende a 54, incluye también apelativos de personajes de ficción como Rambo, Rocky, James Bond y Batman. O bien nombres que han caído en desuso y que por lo tanto pueden provocar risa en ciertos casos, como Cesárea, Delgadina, Procopio, Telésforo y Tránsito, pero que no son necesariamente peyorativos; más bien son tradicionales y de ninguna manera se pueden equiparar con Hitler, también prohibido. Quien esto escribe en una ocasión conoció a un anciano que había sido llamado «Raquel» por sus padres. «Nombres de antes», me dijo una persona, a manera de explicación. En esa categoría, nombres tradicionales que ahora provocan risa por la evolución (no necesariamente positiva) de la sociedad, caerían nombres como Patrocinio y Petronilo, incluidos en el santoral pero ahora censurados en Sonora.
Las reacciones no se hicieron esperar y la noticia tuvo repercusión internacional. En entrevista con los medios locales de Sonora, algún abogado advirtió que la medida era anticonstitucional, porque vulneraba el derecho de los padres a llamar a sus hijos como mejor les diera la gana.
Sintomático de ese rechazo es el artículo periodístico del conocido analista político Leo Zuckermann, quien en su columna de un diario nacional criticó la medida (el texto, «¿Importa el nombre de un niño para determinar su futuro?», puede consultarse en la edición en línea de Excélsior, del 13.febrero.2014). Veamos lo que dice Zuckermann:
«Se trata de una medida paternalista del Estado: como hay padres que no piensan en el bienestar de sus hijos, pues el gobierno se adjudica el papel de protegerlos. El gobierno ya no permitirá que un bebé se llame Escroto porque al niño lo molestarán en la escuela».
Luego el autor cita un libro, «Freakonomics», de Steven Levitt y Stephen J. Dubner, en el cual se cuenta un caso muy curioso: el de un padre que registró a uno de sus hijos como Winner (“ganador”, en español) y al otro como Loser (“perdedor”). Solo que, contra los pronósticos, el llamado Loser logró triunfar en la vida, nos cuenta Zuckermann, quien termina así su colaboración:
«Si un Estado quiere velar por el bienestar de un niño, más que prohibir ciertos nombres, tiene que procurar que todos los niños tengan acceso a las mismas oportunidades. Con una buena educación, hasta alguien llamado Escroto podrá hacerla en la vida».
El caso de los nombre prohibidos es llamativo porque supone una oportunidad de discutir en dónde terminan las facultades del Estado, que el “analista político” Zuckermann, reduce a la burocracia, como puede comprobarlo cualquiera que lea su artículo completo: hay un Estado que limita las libertades de los individuos, incapaces de darle un nombre apropiado a sus hijos.
Estamos, de nuevo, ante el liberalismo a ultranza, el fundamentalismo liberal, desde donde se pretende que juzguemos correcto que un niño pueda ser llamado, sin más, Circuncisión. En una sociedad libre, hay que permitir que un inocente pueda ser llamado Escroto por su familia. Tomar partido en contra de la nueva ley de Sonora exige contestar esta pregunta: ¿de verdad les parece correcto que un niño se llame como la piel que rodea los testículos? Parece que a Zuckermann sí, envuelto cómo está en su individualismo a toda prueba.
Otra cosa es que en México, país de grandes carencias, tengamos otras prioridades. No se discute eso, de la misma forma que la lista llega a ser exagerada e injusta: después del anuncio de la medida, se dio a conocer el caso de una niña llamada Cheyenne. La madre, Venus, se dijo molesta por la prohibición del nombre de su hija, registrada así en honor de una etnia.
En México, el albur, un juego de palabras de referentes obscenos, aparece con frecuencia en las conversaciones. Es una forma de burlarse, a veces con camaradería, otras veces para humillar al contrario, depende del contexto. Y existen nombres que se prestan a ese tipo de combinaciones. Es responsabilidad de los padres evitar que el nombre de una criatura sea blanco fácil de semejantes juegos, que a cierta edad pueden ser perjudiciales para un niño. Parece que Zuckermann no pasó por la secundaria o, como dicen en España, el instituto, donde todos los días se sobrevive. Desde luego, Escroto puede “triunfar en la vida”, lo que sea que eso signifique. Pero ese nombre no le facilita las cosas, igual que ser hijo de su padre, el fundamentalista liberal. Efectivamente, hay veces que el gobierno tiene que proteger a la gente de sí misma, porque hay padres sin criterio, capaces de registrar a su hijo con un nombre ridículo
Manuel Llanes