Siguiendo con el supuesto, ya pocos saben de aquella “Salutación a la Bandera” de principios del siglo pasado, e incluso parece que se nos olvida que la bandera republicana también tuvo su sitio en las aulas como insignia de sangre, vigor y libertad. De hecho, la relación entre bandera y educación se remonta a la orden auspiciada por el liberal Eduardo Vincenti, en 1893. Muchos se sorprenderán al comprobar que la práctica de izarla y recogerla, al principio y final de las clases, deriva de la iniciativa de este director general de instrucción pública. Y es que, estimado lector, muchos de los que hoy se autoproclaman (neo)liberales no son más que advenedizos con aspiraciones demagógicas. Todo es fruto de un error de apreciación provocado por una apropiación indebida de símbolos, palabras e incluso ideas. La de patria, y por extensión el uso de la bandera, es un ejemplo del que sólo "La Roja” nos salva de vez en cuando, cuando la ceguera deportiva nos idiotiza durante 90 minutos y, si tenemos suerte y ganamos, quizá un par de semanas más.
Las cartas sobre la mesa. Demasiados neoliberales lo son sólo desde un punto de vista económico: no me impidan ustedes que pueda llegar a nadar en billetes de 500, sin importar cómo llegue y a quién pise, pues eso es cosa mía. Paralelamente, gustan mucho de intervencionismos cuando les tocan ciertos aspectos morales: ¿libertad para abortar?, no gracias. Lobos con piel de cordero. Corderos en ocasiones degollados previamente por ellos mismos gracias a la dichosa puerta giratoria público-privado. ¿Dónde está el pueblo en los postulados conservadores y clasistas del Partido “Popular”? ¡Ah, sí!, perdonen, no lo había visto: ahí abajo, sumiso y engañado. El truco de manos realizado por Alianza Popular salió fetén, y la lección fue tan bien aprendida por sus legítimos herederos que así nos luce el pelo. No pocos adoran la bota que nos oprime mientras sueñan con calzarla algún día y ver los toros desde el otro lado de la barrera. ¡Más madera!
Con todo, cuando hace poco escuché a la señora Cospedal defender en la última Convención Nacional de su partido la suerte que sus miembros tenían por estar orgullosos de ser españoles, no vi sino un paso más en la batalla dialéctica, en el engaño mediático y en la rapiña de lemas y lugares comunes. Santa Rita, Rita. No es que ustedes, y sólo ustedes, estén orgullosos de pertenecer a ese particular club que llaman España, sino que machaconamente fuerzan al resto a no estarlo por no pensar y sentir según sus ideales. Ya saben, o están conmigo…
Ortega ya señaló la existencia, al menos, de dos formas elementales de entender el patriotismo: la tierra de los padres, condensación del pasado donde todo queda en sentarse cómodamente y ponerse a gozar del panorama heredado; y la tierra de los hijos, presente que no existe, futuro cercano pero todavía sin alcanzar. Es la segunda patria, aquella que todavía no ha nacido, la soñada, la que ha de poner sus esfuerzos en liberar a nuestro vocabulario de ataduras y etiquetas heredadas e indebidamente apropiadas. Si la patria es una tarea a cumplir, un problema a resolver y un deber, como defiende este ilustre español, yo soy tan patriota como el que más, pero no por ello he de votar necesariamente al que dice o cree tener la exclusiva de nuestra nacionalidad. Como a Unamuno, a mí también me duele España, sobre todo al comprobar las miserias de los que allí vivimos. Coincido con mi colega de profesión Pablo Iglesias cuando afirma que el patriotismo no es un concepto de derechas o de izquierdas. Pero mientras sigamos permitiendo que así sea, no tengo más patria que la que nos hace humanos, pues esta otra, al parecer, tiene un egoísta dueño al que no le gusta compartir, empeñado en mejorar ese ente abstracto denominado "marca España", exprimiendo y aplastando sin reparos a los españoles.
José Luis González Geraldo.
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