A estas alturas de la campaña electoral es muy fácil utilizar consignas para encadenar un artículo que invite a acudir a las urnas a depositar la confianza ciudadana en una opción determinada. En esta ocasión, además, la razón y el corazón casi van de la mano ante el desastre económico que tenemos delante y la necesidad urgente de empezar a poner los medios para repararlo cuanto antes e impedir que esta crisis desmantele por completo nuestro pequeño mundo: hablo de paro, como lacra social más sangrante, de la deuda, el déficit, el ahogo financiero, la falta de impulso económico…
Pero fuera de nuestro pequeño mundo esta crisis nos ha puesto delante carencias esenciales para el ser humano: ¿dónde está el deseo, la pasión, las ganas de agarrar con fuerza las riendas de nuestras vidas y ser dueños de nuestro destino? ¿Dónde está la razón para guiarnos con tino? Incluso ¿dónde está la compasión, nuestra compasión, como individuos hacia nuestros semejantes? Y es que en lo más profundo de esta crisis, lo que emerge es un hombre abrumado por el peso de su libertad individual, que claudica y delega su responsabilidad en el ser supremo: el Estado. Es más cómodo reconocernos incapaces de gobernar nuestras vidas y esperar que sea el gran Leviatán el que dicte y decida qué está bien o mal, qué hacemos y qué dejamos que otros nos resuelvan.
El resultado, con un ‘Gobierno de los Justos’ debería ser bueno para todos. Con un ‘Gobierno de justitos’ es el desastre. El problema es que la imperfección natural del ser humano nos lleva, estadísticamente, a suponer que serán más los ‘Gobiernos de justitos’ que los ‘Gobiernos de los Justos’. Y ahí radica el peligro de tanta delegación de responsabilidad.
Quizás la única aportación interesante, hasta la fecha, del famoso movimiento del 15-M sea la actitud de ‘tomar conciencia’ de la ciudadanía como esencia del ejercicio político, la actitud de ‘tomar las riendas’ y ponernos a los políticos un espejo delante para que escudriñemos en él lo que nos funciona. Más allá de eso, me temo, el recurso a que el Leviatán sea el ‘Gran Padre’ que todo lo soluciona es volver a negar al individuo creado libre y cerrar los ojos, como los niños pequeños que se esconden para negar la realidad, cuando estamos condenados a ser conscientes de nuestra propia historia.
Esa historia, en lo político, tiene una nueva oportunidad este domingo 20 de noviembre. Los españoles estamos llamados a las urnas en un momento realmente grave para el colectivo de la sociedad. Todos y cada uno de nosotros tenemos la oportunidad de decidir qué rumbo queremos que tome nuestro Leviatán. Todos y cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de tomar las riendas de nuestro destino y decidir qué es lo que queremos, qué nos interesa y quién debe ser el que tome las decisiones.
La confrontación da opciones variadas que debemos juzgar, evaluar y ponderar de acuerdo con nuestros conocimientos, creencias y opiniones. Y a eso os invito a todos: ha hacer un ejercicio de responsabilidad y ponderar cada una de las opciones.
Personalmente me voy a fijar en dos, la que ha gobernado estos últimos años y la que parece tener más opciones de formar gobierno. La primera nos invita a ‘pelear por lo que quieres’ y, aunque el lema es bueno, su acción de Gobierno y la propia campaña nos dice qué la pelea no es por, sino contra: contra la derecha, contra el mercado, contra el capital, contra los empresarios, contra la iglesia, contra las familias, contra el que no acepta sin chistar lo piensan, dicen y hacen. Ellos deciden, ellos resuelven.
La segunda nos está invitando a ser protagonistas del cambio que necesitamos. Nos está llamando a tomar con pasión las riendas de nuestra vida y a trabajar todos juntos por enderezar el rumbo. Y es cierto que buena parte de sus mensajes se han centrado en el análisis, diagnóstico y propuestas para solucionar lo urgente: la crisis económica y el paro. Pero no sólo eso. En su programa Mariano Rajoy apunta a un modelo de sociedad, desde la educación a la jubilación, en el que lo que prima es el esfuerzo personal, el mérito, la capacidad como valores esenciales para el desarrollo de la persona. Nos propone ser individuos que aportan al colectivo para mejorar la calidad de vida de todos y se compromete a crear las oportunidades para que podamos aprovecharlas. En definitiva, como hicieron los socialdemócratas en Suecia a mediados de los años 90 del pasado siglo, propone que sea la sociedad civil la que haga, apueste y gane.
La sensación, viendo una y otra propuesta, es que mientras los primeros han articulado un discurso para mantener el poder pero sin saber qué van a hacer con él, los segundos optan por devolver ese poder al ciudadano. La pregunta entonces es clara ¿quieres ser responsable de tu destino o no?
Julián Huete Cervigón