ETA, lúcida y tenaz en la construcción de un estado de inspiración racista llamado Euskal Herria, administra lo conseguido durante el nefasto mandato de Zapatero, cuyo último servicio a la hispanofobia ha sido el consentimiento de la celebración en suelo español –con una oscura financiación- de una reunión de aliados internacionales del proyecto independentista vasco. Se trata de la «internacionalización del conflicto», anhelo etarra al que se ha sumado reiteradamente el dirigente socialdemócrata. Irresponsable concesión, recuérdese Kosovo, que constituye otro paso para el reconocimiento de la independencia vasca.
Todo ello ocurre semanas antes de unas Elecciones Generales a las que no sólo concurrirán los terroristas convenientemente legalizados, sino, y ello es aún más grave por no haber sido nunca cuestionados, otros partidos que trabajan por la sedición, los «moderados» CiU, PNV, ERC & c. Que organizaciones que plantean la destrucción nacional desde sus bases programáticas, puedan tener presencia en las instituciones españolas, lo dice todo de nuestra ideológicamente corrupta democracia coronada.
Pese a todo, una crisis tan grave como la actual, podría servir para replantearse cuestiones que no atienden exclusivamente a la visión economicista dominante. Modelos existen que pueden servir para salir reforzados de este trance. Uno de ellos responde a este planteamiento:
«Al mismo tiempo que los más consecuentes internacionalistas somos los más fieles luchadores y defensores de la República española; los más entusiastas defensores de la Patria española; los más fieles ardientes patriotas de la España democrática; los más decididos enemigos de toda tendencia separatista; los más convencidos partidarios de la Unidad Nacional, del Frente Popular, de la Unidad popular.»
Las palabras son de un vasco, el comunista Vicente Uribe Galdeano (1897-1962), y forman parte de un texto de 1938 titulado: «El problema de las nacionalidades en España a la luz de la guerra popular por la independencia de la República Española». Faltaban dos décadas para que la ideología más reaccionaria, revestida de sotanas y ropajes marxistas, diera lugar a ETA, y poco más para que las autodenominadas «izquierdas», comenzaran a claudicar ante los proyectos nacionalistas hoy beatificados por las urnas.
Iván Vélez