Ante esta idealista e inevitable ola de cambio, algunos se esfuerzan por imponer un ejercicio de sensatez, de solemnidad. Así, la juventud se convierte en sinónimo de locura, de nuevo con las connotaciones negativas a las que nos tienen acostumbrados. Locura de juventud, así se presenta en el I Ching el símbolo Meng, pues ¿quién querría estar loco si no es por falta de madurez, o quizá por amor?
Curiosamente, la locura encuentra en sus orígenes mitológicos el amparo de una madre que representa la juventud, la ninfa Hebe, pero también el de un padre al que hemos desgastado con tantos ditirambos: Pluto, personificación de las riquezas. No en vano los antiguos griegos creían que los poetas recibían la inspiración de los dioses durante episodios de locura, y hoy en día no pocos asocian los arrebatos vesánicos con la creatividad, la originalidad e incluso la genialidad. Si es cierto que "Los poetas levantan castillos en el aire, los locos los habitan, y alguien, en el mundo real, cobra el alquiler", quizá sea el momento de que los lunáticos olviden el talonario en casa y la alienación cambie de bando.
Frente a la locura de los lustros se enfrenta la razón de las décadas y frente al calor de los sueños se enquista la frialdad del miedo cristalizado. Los cambios suelen tener su precio, es cierto, pero todo apunta a que es algo que todavía podemos permitirnos incluso habiendo vivido por encima de nuestras posibilidades. Ironías del destino. Cuanto menos se tiene más se está dispuesto a arriesgar. Tanto nos quitaron que nos quitaron hasta el miedo, gritan las paredes. Ante los futuribles de los que disponemos, y siguiendo con las paradojas, la locura se ha convertido en la opción políticamente correcta. Convencidos o cegados, la tábula rasa que viene de serie con todo comienzo parece ser a priori la mejor opción. El refranero se desmorona al comprobar que el malo conocido no es más que un indigno traidor.
Cuando la lógica se tambalea la locura se convierte en algo razonable, los cuerdos penden en la cuerda floja y no hay mejor ejemplo de salud mental que arrancarse las vestiduras por no querer adaptarse a una sociedad profundamente enferma. Defendamos el derecho a delirar que nos regala con sus versos Eduardo Galeano. Adivinemos otro mundo posible y divorciemos la locura de la estupidez. Procuremos que cada una de nuestras quijotadas cuente siempre que creamos que con ellas mejoramos un ápice el aire que nos rodea y, así, lúcidos en nuestra demencia cual sombrerero en perpetua sobremesa, cambiemos esta infame realidad. Llamadme loco, pero coincido plenamente con nuestro añorado Sampedro en que otro mundo no sólo es posible, sino inevitable.
José Luis González Geraldo.
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