“Supongamos una mujer cuyo marido emprende un largo viaje; la mujer aprovecha esa ausencia para reunirse con un amante; de un día para otro, el marido desconfiado anuncia su vuelta y exige la presencia de su esposa en el aeropuerto para recibirle. Para llegar hasta el aeropuerto, la mujer debe atravesar un bosque donde se oculta un temible asesino. Asustada, pide a su amante que la acompañe pero éste se niega porque no desea enfrentarse con el marido; solicita entonces su protección al único guardia que hay en el pueblo, el cual también le dice que no puede ir con ella, ya que debe atender con idéntico celo al resto de los ciudadanos; acude a diversos vecinos y vecinas no obteniendo más que rechazos, unos por miedo y otros por comodidad. Finalmente emprende el viaje sola y es asesinada por el criminal del bosque. Pregunta: ¿quién es el responsable de su muerte?”
El supuesto procede del libro “Las preguntas de la vida”, de Fernando Savater. El autor suele utilizarlo en sus clases de ética y, según sus propias palabras: “Suelo obtener respuestas para todos los gustos, según la personalidad del interrogado o la interrogada. Los hay que culpan a la intransigencia del marido, a la cobardía del amante, a la poca profesionalidad del guardia, al mal funcionamiento de las instituciones que nos prometen seguridad, a la insolidaridad de los vecinos, incluso a la mala conciencia de la propia asesinada... Pocos suelen responder lo obvio: que el Culpable (con mayúscula de responsable principal del crimen) es el asesino mismo que la mata”.
En el caso que nos ocupa, desligar la responsabilidad hasta un punto en el que nadie es culpable es una frivolidad. Entre todos la mataron y ella sola se murió, no es aceptable. Por otro lado, tampoco sería adecuado terminar nuestro razonamiento culpando exclusivamente a los chicos, amigos y desconocidos, que con su peso y mera presencia ayudaron al triste desenlace que conocemos. A diferencia del anterior dilema, en este caso no podemos hablar de acción voluntaria. Ellos no son verdugos; también son víctimas. Entonces, ¿a quién culpar?
Es el turno de pasarse la patata caliente, pero también la hora de hacer valer el refrán: “que cada palo aguante su vela”. Achacar la responsabilidad exclusivamente a los organizadores del evento es tan parcial como dejar que estos la reboten a los encargados de la seguridad. Algo ha fallado, y estamos tan preocupados por encontrar el engranaje defectuoso que no nos damos cuenta de que no existe. No ha fallado una parte de la máquina, ha fallado la máquina. Es más, lo peor que podía pasar es que la comisión de investigación hubiera señalado, unánimemente, dicho engranaje. Al detectar el error lo único que hay que hacer es arreglarlo… y seguir con el “business”, como ya han demostrado.
En este sentido, el texto final de la comisión, aprobado sólo con los votos del Partido Popular, parece haber dado con la clave: “mal uso” derivado de la “venta masiva de entradas”. Sin consenso, la caza de brujas ha terminado. El culpable, la empresa organizadora, pagará su pena y el mundo podrá seguir girando. Siento disentir.
Si la empresa organizadora fue irresponsable, algo que según el número de entradas vendidas está fuera de toda duda, también lo fueron quienes les dejaron lucrarse sin preocuparse de cómo y dónde lo hicieron. Según los abogados de las víctimas, el recinto no cumplía las condiciones mínimas necesarias para realizar un evento de esas características, ni siquiera aunque los organizadores hubieran actuado correctamente. La inexistencia de las correspondientes licencias lo corrobora. Este hecho, como es lógico, no es responsabilidad de los promotores de la fiesta. Si han de pagar, que paguen todos.
La avaricia de los promotores ha sido determinante, sin duda, pero también lo ha sido la negligencia de los que les dieron permiso, de aquellos que debían velar por el buen desarrollo de estos actos. En este caso no hay un responsable, sino varios. El “engranaje defectuoso” ha sido la excusa perfecta para cargar toda la responsabilidad en un solo punto y, cuando la tormenta amaine, seguir haciendo lo de siempre... eso sí, asegurándose de que ese engranaje no falla. Aquellos que ahora dicen que vigilarán que estos actos no vuelvan a ocurrir deben, antes de nada, responder por los que ya han acontecido. Pero, tirando de cómic, ¡qué lástima!, pues ¿quién vigila a los vigilantes?
José Luis González Geraldo
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