Pese a todo, las autoridades sanitarias se han apresurado a aclarar que nada malo ocurrirá a quien hinque el diente en las fraudulentas hamburguesas. Sin embargo, tan tranquilizadoras palabras no han acabado con el caso. Cabe, por tanto, preguntarse si el revuelo se hubiera mantenido si en lugar de caballo, las trazas encontradas fueran de otro tipo de animal. Y a ello venimos a parar, pues si no erramos en el análisis, que el fraude haya alcanzado tal popularidad se debe precisamente a que se trata de caballos. Veamos.
En la novela, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en la que se inspira Blade Runner, el más preciado tesoro que un hombre puede tener, en un mundo marcado por la cibernética, es un animal real. De ahí su elevada cotización. En las cuevas del Magdaleniense, las paredes están repletas de representaciones de animales, en su amplia mayoría, de bóvidos y equinos. Los animales, en concreto la relación de los hombres con éstos, es la constante entre estos dos extremos marcados por la Paleontología y la ciencia ficción. Entonces, ¿cómo dar una explicación a semejante persistencia?
La respuesta la encontramos en la obra del filósofo español Gustavo Bueno, en el sistema conocido como Materialismo Filosófico. Según el calceatense, las relaciones -temor, acecho, adoración…-, entre hombres y animales de la macrofauna, constituyen el origen de las religiones, en su fase primaria. En consecuencia, las cavernas y sus pinturas se reinterpretarán como primitivos templos que preceden a los repletos de deidades zoomorfas de Egipto o Mesopotamia. Fases de religiosidad superadas y combatidas por las religiones terciarias o «del libro», el decaimiento de la Iglesia Católica en Occidente no ha sido suficiente para la implantación de un ateísmo que orille el anticlericalismo que especialmente profesan muchos «hombres de izquierdas» atrapados en toda suerte de deísmos o teísmos más o menos imprecisos. En efecto, la racionalidad católica contuvo en la medida de lo posible que ciertos componentes de religiosidades pretéritas volvieran a aflorar. Sin embargo, la influencia de tal Iglesia ha decrecido significativamente dejando que los antes llamados brutos, recobren parte de su protagonismo ahora no ligado a los trabajos o la reproducción con fines alimenticios.
La España actual, liberada de la antaño habitual presencia de sotanas –por más que algunos feroces comecuras se crean asediados por crucifijos- ha permitido, incluso, que muchos de los objetivos del Proyecto Gran Simio lleguen al Congreso. Sin llegar a tales extremos, comer caballo repugna hoy a muchos, y no sólo por cuestiones gastronómicas relacionadas con el sabor. Comer esa carne remite a Bucéfalo o Babieca –montados acaso por antidemócratas asesinos-, pero también a animales muy cercanos y a menudo bellos y majestuosos. Pero también, comer caballo, en una época marcada por el auge de animalistas y veganos, será comer un trozo de una suerte de deidad recuperada.
De un modo coherente con tan potente ideología, el reino animal, sacralizado, será una parte de otro de mayor entidad: la Madre Tierra, a la que unos pretendidamente sabios pueblos indígenas ajenos al progreso tecnológico, han seguido respetando sabiamente. El hombre, también el que acude a las decadentes hamburgueserías, deberá replegarse humildemente, borrando, en la medida de sus posibilidades, su bárbara huella.
Iván Vélez