Hay que reconocer que este mal es propio de todas las democracias modernas, en las que siempre han dictado cátedra los socialdemócratas, desde la época de Clinton y Blair, y que fue llevado al paroxismo por nuestro anterior presidente.
Puede que no se haya ponderado suficientemente la campaña electoral que le alzó al poder. Reconociendo que probablemente no hubiera ganado sin el 11 M, sí que es cierto que a lo largo de la campaña electoral estaba recortando distancias, donde en ella, fue desarrollando un derroche de eslóganes, ideas fuerza, exaltación del sentimentalismo, y simbología publicitaria como pocos partidos democráticos lo habían hecho hasta entonces; todo ello resumido en su famoso ZP, algo tan vacío como eficaz electoralmente.
Ante el evidente éxito de su campaña, tan eficaz en tiempos de bonanza donde este tipo de frivolidades tienen buena acogida, decidió trasladar la estrategia a su gobierno, utilizando los consejos de ministros para hacer propaganda, creando el orwelliano ministerio de igualdad, nombrando a Carmen Chacón como ministra de defensa sólo por motivos simbólicos, y lo que fue más grave, inundando de relativismo la política con resultados desastrosos con el nacionalismo, la economía y en general, todo el consenso básico nacido de la Constitución creando un grave daño en la credibilidad de las instituciones del país.
A lo largo de estos años los asesores del Partido Popular han tratado de imitar esta estrategia, siempre más torpemente, con más complejos, más forzado. La razón es que en muchas ocasiones la melodía socialdemócrata no pega con la letra de las políticas de este partido. Por poner un ejemplo, resulta muy fácil sacar una consigna y decir una simpleza sobre el mercado laboral; tiene un efecto inmediato y es efectivo en los telediarios, pero lo verdaderamente complicado es explicar por qué es necesario flexibilizar el mercado de trabajo o por qué las barreras de salida son en realidad barreras de entrada.
El efecto de ello es que el partido se ha visto envuelto en contradicciones entre su discurso (equivocado) y su política de gobierno (bastante razonable), o dicho de otra forma, el problema no ha sido que hayan subido el IVA, sino el decir en su momento que no lo iban a hacer. Explicar los beneficios de los impuestos indirectos en comparación con los directos no sólo requiere más tiempo y complejidad en el discurso sino, directamente, otro discurso.
González Pons decía que el PP no tenía un problema de comunicación sino que lo que tenía que decir el gobierno era muy difícil: esto no es del todo exacto, en realidad lo que ocurre es que con la estrategia de comunicación actual resulta imposible decir las cosas difíciles por lo que el gobierno pierde credibilidad y recae en contradicciones.
Si echamos la vista atrás nos damos cuenta de que, independientemente de si nos gustaba lo que decían o no, políticos como Felipe González o José María Aznar decían cosas cuando hablaban, ambos tenían (y tienen) un discurso, unos argumentos, unas tesis, nada de eso hay ahora. Esta solidez dialéctica permitió a España crear un relato de los hechos, de su futuro, que le permitió hacerse un hueco en el panorama internacional y cumplir el propósito casi fundacional del país como fue entrar en el euro.
Ahora, esa burbuja política producida por la vacuidad de los candidatos ha acabado con el partido que la creó, que se hunde como un castillo de naipes tras perder lo único que le sustentaba, el poder, y lo que es peor, ha dejado un país sin alma, vacío de proyectos, relativizado por completo y con un deterioro notable en la credibilidad de las instituciones. Y todavía dicen que la crisis es sólo económica.
Pablo Muñoz Miranzo
Twitter: @pablommiranzo