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El cordero de dientes afilados

Por Redacción
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domingo 06 de julio de 2014, 23:48h

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Prestemos atención a la siguiente cita: “Quisiera saber si para el que carece de fortuna hay manera honrada de abrirse camino en un país en que todo se vende; necesita intrigar, lisonjear a un partido, ganarse protectores y encomiastas; y para esto tener mala fe, corromper, adular, compartir las pasiones ajenas… desviarse, en fin, del camino derecho”.

Si alguien nos dijera que estas palabras han salido de la boca de Pablo Iglesias, el líder del partido Podemos, quizá dudaríamos un segundo por el uso de ciertas palabras en desuso, pero no por su contenido, tan vigente como cuando Giner de los Ríos las recogió de un pensador cuyo nombre no apuntó, hace más de ciento cuarenta años.

 

Al conectar con la sociedad y no pensar en hacer política “para” o “por” el pueblo, sino “con” el pueblo, Pablo Iglesias ha hecho de la vehemencia una virtud política que ha sido recompensada con votos. Ahí radica el éxito de Podemos y, en particular, de su cabeza visible. Simplemente ha dicho lo que todos pensamos, señalando con el dedo al responsable con la intención de metérselo en el ojo, haciendo sangrar la herida bajo la promesa de que solamente así será posible su cura. Su partido ha ofrecido una catarsis política erigiéndose en vengador del pueblo, un sicario ideológico que muchos esperan que limpie la suciedad y otros desean que, simplemente, cree el caos y la destrucción al mismo nivel que las altas esferas han permitido que ocurra en los patios de las casas que debían proteger. Mientras unos le votaron con sincera esperanza regenerativa, otros le dieron su confianza por desilusión, desengaño, despecho… cuando no por puro rencor e impotencia. Sea como fuere, y en gran medida gracias a la apatía de los que todavía viven de las rentas electorales de otros años, Pablo Iglesias se llevó a los votantes de calle, con suma facilidad, precisamente por representar a la calle, devolviendo a la palabra “democracia” parte del lustre robado, pues nunca fue algo que simplemente se perdió por el camino.

Podemos ha logrado en muy poco tiempo -por seguir utilizando las ideas de Giner y mejorar mi prosa al mismo tiempo que agrado al diletante- hacer entender al pueblo que no es: “… una masa casi amorfa, neutra, plástica, especie de arcilla dispuesta a recibir pasivamente la huella de las altas personalidades que, por decirlo así, poseían el monopolio del gobierno”. Muy a cuento de la rebelión de las masas que intuyó Ortega y Gasset y que ya comenté en otro artículo previo al triunfo de Pablo Iglesias, dicho sea de paso.

No obstante, hemos de ser realistas. Entiendo que tras el éxito de las europeas muchos crean que el fin del bipartidismo va a llegar de manera inminente, casi con la misma ilusión y gracia con la que Arrabal en su día vaticinó el advenimiento del Milenarismo. Pero lo cierto es que, y siempre según mi opinión, todavía queda mucho camino por hacer. No tendría sentido volver a diseccionar los resultados de las elecciones europeas, pero me veo en la obligación de recordar que dicho éxito fue relativo: volvieron a ganar los partidos de siempre y el porcentaje de abstención, sobre el 50%, nos ha de hacer reflexionar sobre el valor que los españoles dimos a esas elecciones en concreto. Una cosa es elegir a los que participarán en ese ente llamado Europa, para algunos casi entelequia, y otra cosa muy distinta es jugártela a nivel nacional. Es aquí donde de las formas pasamos al fondo… de la cuestión y del partido. Ahí es donde Podemos, con sus propuestas, algunas creo que profundamente desacertadas, se jugará el todo por el todo. Teniendo, como ahora tiene, la atención de todo el pueblo español, Podemos ha de ser consciente de que sus apuestas electorales deberían evitar el extremismo sin llegar por ello a caer en lo de siempre y quedarse en agua de cerrajas. Un intento tan necesario como difícil de conseguir.

Algo es evidente, Podemos puso a nuestro alcance un botón con una sola palabra hecha plegaria: ¡BASTA! Más de 1.200.000 personas no dudaron en pulsarlo, algunos quizá desconociendo sus consecuencias o, como ya he apuntado, sin importarle qué pudiera suceder; Europa queda lejos, muy lejos, al menos políticamente hablando. Hoy, tras la resaca de esos cinco escaños que escañaron a los dos partidos de siempre, parece que se toman medidas. Y no me refiero a esa tibia regeneración de la que habla Rajoy o a la vuelta de Rubalcaba a las aulas, sino al ataque perfectamente sincronizado que sobre la persona de Pablo Iglesias continuamente se perpetra con la esperanza de descabezar a la bestia y acabar con la rabia.

No es rabia, señores, lo que ha movido a centenares de miles de personas a votar a Podemos. Es afán de justicia y sed de ética, en algunos casos desgraciadamente hermanada con la venganza. Cansado está el pueblo de comprobar, día tras día, cómo es gobernado por insaciables lobos disfrazados de corderos. No extrañe, pues, que el pueblo haya tenido el atrevimiento de votar al cordero que ha prometido sacar los dientes, eso sí, quizá también con maneras demasiado extremistas. Pero el pueblo, como rebaño manso que en ocasiones piensan los de arriba que es, está muy cerca de acabar prefiriendo ser antes jodido -excuse my French- por uno de los suyos que por los de siempre, siendo consciente de que es probable que así se llevará más de una dentellada por la osadía… pero también con la satisfacción de ver caer a los que pudieron y no quisieron, o no supieron, ¡vaya usted a saber qué es peor! Ahora bien, si en verdad hemos llegado a esta situación porque no pudieron, ahora hay quien vistiéndose con el pelaje del juego político lo promete sin tapujos.

 

José Luis González Geraldo

https://www.facebook.com/joseluis.ggeraldo

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