Un concejal acosado. En este infausto mes de febrero también hemos tenido que presenciar el vergonzoso escrache al concejal de seguridad de Madrid. Javier Barbero, acendrado okupa del Patio Maravillas curtido en las protestas del 15-M –un verdadero azote de la casta–, hubo de soportar el acoso inmisericorde de unos doscientos agentes locales, que lo persiguieron y le golpearon el coche al grito de «gordo» y «dictador». Completamente desvalido, sin auxilio alguno de la policía, éste otro mártir se vio obligado a recorrer cuatrocientos metros hostigado por tal horda. ¿Se lo pueden ustedes creer? Y todo porque el concejal ha decidido suprimir las Unidades Centrales de Seguridad de la Policía Municipal (los antidisturbios)… Raudos y bizarros salieron en su defensa los compañeros de Ahora Madrid a través de su cuenta de twitter, señalando que lo sucedido constituía un evidente «ataque ideológico» y que indagarán «si estas acciones pueden constituir un delito de odio». Exactamente de eso, de odio.
Un ideólogo demócrata encarcelado. Más de seis largos y penosos años ha estado Arnaldo Otegi en prisión, fruto de la acción represiva del Estado. Es por ello que no debería extrañarnos que a su salida del centro penitenciario de Logroño un nutrido grupo de personas –dicen los medios de comunicación que unas doscientas– estuviera esperándolo, jubiloso y portando pancartas de bienvenida y a favor del acercamiento de los presos de ETA al País Vasco. Entre los congregados se hallaban familiares, partidarios de Bildu, dirigentes de ERC y de las CUP, y también figuras de la talla de Lluís Llach, diputado novel de Junts Pel Sí y veterano cantautor y luchador contra las dictaduras, quien manifestó que Otegi resultará una «persona importantísima en el futuro de Euskadi». Siempre locuaz y firme en sus convicciones, Pablo Iglesias declaró que «la libertad de Otegi es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas». ¿Y se pueden ustedes creer que el líder de Ciudadanos le contestara que «Otegi fue condenado por la Justicia por pertenencia a banda armada» y que «encarcelado por sus ideas está Leopoldo López»? Pues sí, esa fue su réplica.
…y sólo dos personas non gratas. Menos mal que el pueblo habla y pone a cada cual en su sitio. Siguiendo la senda abierta por el Ayuntamiento de Breda (Gerona), el de la localidad de Arenys de Munt (Maresme, Barcelona) declaró este febrero persona non grata a Felipe VI. La proposición sostenía que el Jefe del Estado es «la máxima figura institucional de un Estado que impide el libre ejercicio del derecho a decidir del pueblo de Cataluña», reprochándole asimismo una inadmisible «falta de respeto institucional» hacia Carme Forcadell, la presidenta del Parlament, «negándose a recibirla en audiencia pública para que le fuese comunicado el nombramiento del nuevo presidente de la Generalitat». Y tras la primera autoridad del Estado español, la segunda. Mariano Rajoy será declarado persona non grata en su ciudad natal, Pontevedra. Ese será el justo castigo que impondrán el PSdeG-PSOE, Marea y el BNG por impedir que una fábrica de celulosa en funcionamiento desde tiempos de la dictadura continúe operando medio siglo más en el mismo emplazamiento. Tal vez habría que seguir descendiendo en el escalafón de autoridades del Estado, mostrando por medio de este mecanismo la indignación de un pueblo que ya no puede vivir ni un día más en esta atmósfera de opresión y falta de libertades.
Si alguien al leer las líneas precedentes ha ido asintiendo con la cabeza, si no ha percibido la ironía, si no ha detectado contradicción alguna en el discurso, o es un completo majadero o está absolutamente imbuido y emponzoñado por la ideología dominante en España. Una ideología abyecta que se escuda en la libertad de expresión para hacer apología del terrorismo; que se ofende cuando se le aplica la propia medicina del escrache; que recibe con los brazos abiertos a un sujeto despreciable que ha celebrado el asesinato de inocentes, considerándolo un fiel reflejo de la verdadera democracia; que da voz y derecho de pernada a quienes escoge arbitrariamente como paradigmas de la auténtica gente de izquierdas –como Llach, un hijo de terrateniente que no ha hecho otra cosa que vivir muy bien al amparo de su etiqueta de antifranquista–; o que emplea ese ridículo mecanismo consistente en declarar persona non grata a quien en su imaginario personifica el mal, a quien encarna las esencias de esa otra supuesta España a la que hay que laminar, a quien no representa a quienes han sido designados como el pueblo. Aborrezco esa ideología en todos sus extremos, desde su aberrante concepción de las libertades hasta su metodología totalitaria, en la cual se insertan, a su vez, tanto procedimientos depurativos, como el que se quiere llevar a cabo sobre el callejero de Madrid, como reiterados actos de intimidación y vilipendio a todos los niveles contra los no afectos a la misma.
Tal es, en suma, la podredumbre intelectual y moral que se desliza en episodios como los antedichos, que yo exijo desde ahora mismo y de modo incondicional ser considerado persona non grata.
Francisco Javier Fernández Curtiella.