Formación, instrucción, entrenamiento, adiestramiento o adoctrinamiento, entre otras. Todas ellas cercanas al ámbito educativo, pero nunca a la altura de la escurridiza Educación, con mayúscula y sin mácula. Otro punto que me hace desconfiar de quienes tienen un claro interés predefinido a la hora de guiar las vidas y las almas de sus semejantes. En este sentido, gracias a Savater aprendí hace años la importante diferencia que existe entre los verbos “participar” y “pertenecer”. Así, quizá sea oportuno defender la necesidad que el ciudadano tiene de participar del acto democrático contra los sinsabores que supone pertenecer a un determinado partido político, sin importar su color. Mirando a los socialistas catalanes, o a los populares que están en contra de la reforma del aborto, entenderemos perfectamente en qué consiste la disciplina de partido. ¿Por qué habría de ser distinto al sustituir los partidos por religiones?, ¿tantas diferencias encontramos entre unos y otros?, ¿no existe acaso una “disciplina de Fe”? Grupos de personas con distintas aspiraciones en los que, para ser aceptado como miembro de pleno derecho, hay que admitir una serie de principios básicos que nos permiten reconocer quién es “uno de los nuestros" y, por ende, etiquetar al contrario. Curiosidades de un mundo demasiado acostumbrado a presentarse ante nosotros con una tarjeta de visita de dos caras, dicotómicas, y que nos recuerda el peligro del espíritu de secta y ateísmo que Azcárate puso ante nosotros con su autobiografía encubierta en Minuta de un testamento (1876). Rancio texto del que me aprovecho para compartir otra interesante reflexión: “Sé sincero, y te llamarán apóstata; sé hipócrita, y te llamarán hombre de honor. ¿No parece esto un absurdo, una aberración?”.
De mis labios nunca saldrán palabras que resten espiritualidad al acto educativo. ¡Qué mal me saben interpretar algunos! Una enseñanza que atienda a la cabeza y las manos del estudiante, olvidando su corazón, no puede derivar en un aprendizaje armonioso y fructífero. Pero dejar que el corazón participe en las aulas no nos ha de llevar inequívocamente a un monopolio exclusivo de determinados posicionamientos. Conocemos demasiado bien sus consecuencias como para dejarnos engañar de nuevo, tropezando por enésima vez. Cuando la educación pertenece a un ámbito en exclusiva, se transforma inmediatamente en adoctrinamiento. Es irrefutable. Lejos quedaron aquellos tiempos donde lo único importante al hablar de educación parecía ser que los alumnos recibieran una “esmerada educación moral y religiosa bajo la dirección de respetables sacerdotes”, tal y como rezaba el anuncio de un colegio conquense de niñas, en 1924.
¡Ávidos comentaristas anónimos que tanto me aprecian!, lamento frustrar sus intenciones de devolverme la pelota, pues yo soy el primero que sabe que lo mismo ocurre si restituimos las ideologías políticas y dejamos de lado las espirituales. Pero no se ofusquen; en mis bolsillos no encontrarán carné político alguno. No obstante, mis alumnos saben de qué pie cojeo en cada situación, participando, como también saben que respeto sus propias cojeras y preferencias. Mi función como docente no reside en vencer, como quizá tampoco en convencer, a lo unamuniano. Cada vez tengo más claro que empeñarse ciegamente en convencer, como el catolicismo en más de una ocasión ha intentado, es una pretensión ilícita de colonizar al prójimo. Limitando el espectro educativo al adoctrinamiento es imposible cultivar una educación aceptable. No me busquen allí, pues en ese yermo no me encontrarán.
Mi tarea como educador consiste en ayudarles a sacar la mejor versión que lleven dentro para que sus alas alcancen la mayor envergadura posible. Mostraré mis preferencias, claro está, pero la dirección que tomen, bien sea a derechas, a izquierdas, al frente o en círculo, dependerá sólo de ellos. Yo simplemente me alegraré de ver la altura que alcancen, comprobando que la defensa de sus ideales se realiza por medios respetables. Pero dejemos que sea Teresa de Calcuta la que me defienda con mejor suerte y estilo: “Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo, en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado”. No podría estar más de acuerdo con ella en este aspecto, para que comprueben lo antilevítico que soy.
Si no me creen, pregunten a mis egresados. Ellos son mi mejor aval y mi razón de ser. Sean serios y dejen de ladrarme; con sus toscos comentarios sólo ratifican mi avance. Con cada palabra que malignamente escriben, mi caballo apresura su galope. Sigo escuchándoles, pero cada vez me cuesta más oírles conforme empequeñecen en la distancia, ya casi diminutos en el silencio. Tampoco me pidan que responda a sus gruñidos, estoy demasiado ocupado gobernando las riendas, marchando por una senda clara, como dijo el poeta sobre el maestro, forjando así un eterno duelo de labores y esperanzas. Al final del camino me encontrarán, a la sombra de una encina casta, disfrutando del árbol que otros sembraron, en grata compañía.
José Luis González Geraldo
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