Consumismo

Dicho de otro modo, la sociedad que más gastaba en consumo final era la del hombre de las cavernas, ya que prácticamente todo el producto de su trabajo era para consumirlo en el acto, y apenas fabricaban cosas para poder producir otras. Y es que para entender esta cuestión es fundamental manejar los conceptos de ahorro (sencillamente todo aquello que se produce y no se consume) y capital (algo producido que sirve a su vez para producir, como una maquinaria o las acciones de una empresa).

Si damos por hecho de que nuestra sociedad es capitalista, o al menos tiene elementos de ésta, estamos reconociendo por su propia definición que las personas ahorran, no gastan todo el dinero que obtienen. La única razón por la que ahora parece que consumimos más es que hemos llegado a un nivel de riqueza en el cual nos podemos permitir este tipo de comportamientos de compra, sumado a que ahora la mayoría de los productos son mucho más accesibles gracias al desarrollo tecnológico.

No es menos cierto que, en la sociedad en la que vivimos con nuestro sistema financiero, los bancos centrales alientan y fomentan el consumo, tanto actual como futuro, invitándonos a consumir endeudándonos mediante unos tipos de interés artificialmente bajos.

Las autoridades monetarias, o mejor dicho, los políticos que las controlan, actúan bajo el marco socialdemócrata que afirma que es necesario fomentar el consumo para hacer crecer la economía. Esta idea resulta muy rentable políticamente ya que, por lo general, los ciudadanos perciben el efecto inmediato y sus consecuencias secundarias se difuminan, siendo estas, en numerosas ocasiones, mucho más dañinas.

Estas teorías llegaban a afirmar que las catástrofes naturales eran buenas porque obligaban a las personas a consumir y trabajar para arreglar la situación, ya que esto provocaba que aumentasen las ventas, el empleo, y por lo tanto el PIB. Pero si se analiza detenidamente se darán cuenta de la gran falacia; la gente habría dilapidado los ahorros de su vida para volver a la misma situación de riqueza de la que estaban antes de la catástrofe, ya no podrán irse de vacaciones, o comprar el coche que querían, en realidad, serían más pobres.

Esto responde a una visión muy cortoplacista en realidad, cuando ahorramos lo que hacemos es diferir un gasto, dejarlo para adelante en el tiempo para comprar algo más caro, y mientras, a través del sistema financiero, facilitamos que otras personas hagan inversiones endeudándose. Como parece claro a estas alturas, un modelo económico donde sólo se consuman bienes que apenas necesiten ahorro no parece ser muy fiable.

En cualquier caso, el que mejor sabe cuánto ahorrar y cuánto consumir es el propio ciudadano. El papel de los gobernantes debe ser, por tanto, facilitarles su decisión bajando los impuestos y, por lo tanto,  aumentando la renta disponible, y evitar crear distorsiones en la economía para evitar que los agentes económicos tomen decisiones erróneas.

Lo cierto es que analizando nuestra sociedad actual, los elementos que más inducen al consumismo son precisamente los propios de políticas intervencionistas, defendidas por los que precisamente lo critican. La deliciosa inconsistencia de la socialdemocracia.

Pablo Muñoz Miranzo
Twitter: @pablommiranzo