Lo de la recta administración, que en tiempos de Vives aludía principalmente a la gestión de la caridad por parte de la iglesia para favorecer una mayor participación del Estado en estos asuntos, hoy bien podría dirigirse al propio Estado. Aunque bien es cierto que el intervencionismo de éste en nuestra sociedad liberal cada vez está peor visto, y si no pregúnteselo ustedes a cualquier americano. Nadie quiere un estado niñera al más puro estilo de la obra de Orwell: 1984.
Quizá por ello no sólo deberían rendir cuentas aquellos a los que votamos en las urnas, sino aquellos que, sin ser elegidos por el pueblo, son los que realmente controlan el devenir de nuestra sociedad: grandes bancos y empresas. ¿Votamos nosotros acaso al director de la gran compañía X?, ¿y al de la Y? Si nadie controla a nadie, y tirando de cómic: ¿quién vigila a los vigilantes?
Al referirnos al trabajo es donde encontramos mayores diferencias. Vives creía firmemente que el trabajo era la salvación para los pobres, pues muchos lo rehuían y no estaba claro quién era pobre verdadero y pobre fingido. Hoy en día los pobres no quieren otra cosa sino trabajar, y muchos lo son precisamente por no poder desempeñar aquello para lo que se han formado, les apasiona y les gusta.
En aquellos tiempos también era normal distinguir entre pauperes cum Petro y pauperes cum Lazaro. Los primeros eran pobres por decisión propia, un modo de vida con tintes religiosos que requería sacrificio y decisión, mientras que los segundos eran pobres, sí, pero no por decisión propia, sino por necesidad.
Está claro que la crisis que estamos viviendo es una gran fábrica de Lázaros, lazarillos y lazaretes que cada vez dependen más de los que, aun viendo las barbas de nuestros vecinos cortar, seguimos callados y sin poner las nuestras a remojar. Quizá cuando nos toque abrir la boca para quejarnos de nuestra mala fortuna nos demos cuenta de que ya no queda nadie para defendernos. Algo que me recuerda una poderosa cita de Martin Niemoeller que no expondré por no divagar en exceso.
Pero todo es relativo, no nos preocupemos. Aunque nuestra situación es extremadamente grave no deberíamos olvidar que, tal y como nos cuenta el relato, si miráramos atrás veríamos a otro sabio que recoge lo que para nosotros son desperdicios. Cuando está en juego nuestro trabajo y nuestra calidad de vida es demasiado fácil olvidarse de las personas del mal llamado tercer mundo. Esas mismas personas que, si tuvieran fuerzas, se reirían de nuestra “crisis” a carcajadas, y con razón.
Todo es cuestión de valores; todo es cuestión de principios. Sin embargo, citando al gran Marx -a Groucho, por supuesto- bien podríamos argumentar: “Estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros”.
José Luis González Geraldo
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